lunes, 27 de febrero de 2012

Técnicas de Estudio: El Método de Estudio

Es una manera formulada que de este modo y bajo esta denominación, se integran y agrupan técnicas directamente implicadas en el propio proceso del estudio; tales como la planificación de dicha actividad, el subrayado, el resumen, la elaboración de esquemas, etc.; así como otras estrategias que tienen un carácter más complementario, como pueden ser la toma de apuntes o la realización de trabajos escolares.
Es un resumen de las mejores recomendaciones para estudiar y obtener buenos resultados, la teoría 4 Leyes del estudiante Activo
En cuanto a la enseñanza de estas técnicas, tanto la psicología del aprendizaje (particularmente la concepción "constructivista" procedente de la psicología cognitiva), como la práctica educativa, coinciden en considerar el modelado y el moldeado docente como las estrategias didácticas más idóneas a la hora de promover un aprendizaje eficaz y profundo de dichas estrategias.

Las técnicas de estudio o estrategias de estudio son distintas perspectivas aplicadas al aprendizaje. Generalmente son críticas para alcanzar el éxito en la escuela,[1] se les considera esenciales para conseguir buenas calificaciones, y son útiles para el aprendizaje a lo largo de la vida.

Hay una variedad de técnicas de estudio, que pueden enfocarse en el proceso de organizar y tomar nueva información, retener información, o superar exámenes. Estas técnicas incluyen mnemotecnias, que ayudan a la retención de listas de información, y toma de notas efectiva.[2]

Más ampliamente, una técnica que mejora la habilidad de una persona para estudiar y superar exámenes puede ser denominada técnica de estudio, y esto puede incluir técnicas de administración del tiempo y motivacionales.
Las técnicas de estudio son técnicas discretas que pueden ser aprendidas, generalmente en un período corto, y ser aplicadas a todos o casi todos los campos de estudio. En consecuencia debe distinguírseles de las que son específicas para un campo particular de estudio, por ejemplo la música o la tecnología, y de habilidades inherentes al estudiante, tales como aspectos de inteligencia y estilo de aprendizaje.

Consiste en que el alumno conozca su propio proceso de aprendizaje, la programación consiste de estrategias de aprendizaje de memoria, de resolución de problemas, de elección y toma de decisiones y, en definitiva, de autorregulación. Esto hará que se amplíe extraordinariamente la capacidad y la eficacia del conocimiento.

== Factores importantes para una estrategia.
- Conocimientos previos - Recursos personales - Interés - Objetivos del trabajo - Características del contenido - Tiempo - Lugar - Materiales - Adecuación a la demanda - Planificación - Regulación - Evaluación

== Habilidades cognitivas y técnicas de estudio

Una técnica de trabajo se asocia con una estrategia de aprendizaje previa que tenga en cuenta diferentes factores que intervengan; se busca obtener una acción estratégica, eficaz y adecuada. No hay técnica de estudio perfecta; una técnica es una herramienta concreta y, antes de aplicarla, se necesita identificar la habilidad cognitiva a desarrollar.

== Técnicas que conducen al conocimiento Tipos de observación y técnicas a aplicar: - Auto-observación (sujeto y objeto se centran en uno mismo) - Observación directa (se observa el hecho o el elemento en su lugar natural de acción) - Observación indirecta (se aprovechan las observaciones de otras personas o registros)

Métodos basados en la memorización: ensayo y aprendizaje mecánico

Una de las estrategias más básicas para el aprendizaje de cualquier información es simplemente repetirla una y otra vez. Incluye, por lo general, leer las notas o un libro de texto y reescribir las primeras.

 Métodos basados en habilidades de comunicación: lectura y escucha

La debilidad del aprendizaje mecanizado es que implica una lectura pasiva o estilo de escucha pasivo. Educadores como John Dewey han argumentado que los estudiantes necesitan aprender a utilizar el pensamiento crítico - cuestionar y sopesar evidencias a medida que aprenden. Esto puede hacerse durante la asistencia a conferencias o cuando se leen libros.
Un estudiante estudia para el examen final usando el método PQRST.
Un método usado para enfocarse en la información clave cuando se estudia a partir de libros es el método PQRST.[3] Este método prioriza la información en una forma que se relaciona directamente con la forma en que se pediría usar esta información en un examen. PQRST es un acrónimo para las palabras inglesas Preview (previsualizar), Question (preguntar, cuestionar), Read (leer), Summary (resumir), Test (evaluar).[4]
  1. Previsualizar: el estudiante observa el tópico a aprender, revisa los títulos principales o los puntos en el sílabo.
  2. Preguntar: se formula las preguntas a responder, una vez ha estudiado el tópico.
  3. Leer: se revisa material de referencia relacionado con el tópico y se selecciona la información que mejor se relaciona con las preguntas.
  4. Resumir: el estudiante resume el tópico, utiliza su propia metodología para resumir la información en el proceso: toma notas, elabora diagramas en red, diagramas de flujo, diagramas etiquetados, nemotécnias, o incluso grabaciones de voz.
  5. Evaluación: el estudiante responde las preguntas creadas en la etapa de cuestionamiento, con el mayor detalle posible; evita agregar preguntas que puedan distraerle o le lleven a cambiar de tema.
Las tarjetas didácticas o flash cards son apuntes visuales en tarjetas. Tienen numerosos usos en la enseñanza y el aprendizaje, pero pueden ser usadas también para revisión. Los estudiantes frecuentemente elaboran sus propias flash cards, o también las más detallas tarjetas indexadas - tarjetas diseñadas para ser llenadas, que frecuentemente tienen tamaño A5, en las que se escriben resúmenes cortos. Al ser discretas y separadas, las tarjetas didácticas tienen la ventaja de que pueden ser reorganizadas por los estudiantes, permite también tomar sólo un grupo de éstas para revisarlas, o escoger aleatoriamente algunas para autoevaluación.

 Métodos basados en condensación de información, sumarización y el uso de palabras clave

Los métodos de sumarización varían dependiendo del tópico, pero deben involucrar la condensación de grandes cantidades de información provenientes de un curso o un libro, en notas más breves. Frecuentemente estas notas son condensadas más aún en hechos clave.
Diagramas de araña: El uso de diagramas de araña o mapas mentales puede ser una forma efectiva de relacionar conceptos entre sí. Pueden ser muy útiles para planificar ensayos o respuestas ensayadas en exámenes. Estas herramientas pueden proveer un resumen visual de un tópico que conserva su estructura lógica, con líneas usadas para mostrar cómo se relacionan las distintas partes entre sí.

 Métodos basados en imágenes visuales

Se piensa que algunos estudiantes tienen un estilo de aprendizaje visual, y se beneficiarán enormemente en la toma de información de estudios que son principalmente verbales, y usan técnicas visuales para ayudar a codificar y retener dicha información en memoria.
Algunas técnicas de memorización hacen uso de la memoria visual, por ejemplo el método de loci, un sistema de visualización de información clave en localizaciones físicas reales, por ejemplo alrededor de un dormitorio.
Los diagramas son frecuentemente herramientas subvaluadas. Pueden ser utilizadas para unir toda la información, y proveer una reorganización práctica de lo que se ha aprendido, con el fin de producir algo práctico y útil. También pueden ayudar a recordar la información aprendida muy rápidamente, particularmente si el estudiante hizo el diagrama mientras estudiaba la información. Las imágenes pueden ser transferidas a flash cards que son herramientas de revisión de último minuto muy efectivas, en vez de releer cualquier material escrito.

Métodos basados en acrónimos y nemotécnias

Un nemónico es un método de organizar y memorizar información. Algunos usan una frase o hecho simple como un desencadenante para una lista más larga de información.

 Métodos basados en estrategias de exámenes

El método Black-Red-Green (desarrollado a través del Royal Literary Fund) ayuda al estudiante a asegurarse que cada aspecto de la pregunta planteada haya sido considerado, tanto en exámenes como en ensayos.[5] El estudiante subraya partes relevantes de la pregunta usando tres colores separados (o algún equivalente) BLAck, negro, se refiere a instrucciones obligadas (inglés: blatant, asfixiante), por ejemplo algo que específicamente indica que debe ser hecho; una directiva o una instrucción obvia. REd, rojo, es un Punto de REferencia o información de ingreso REquerida de algún tipo, generalmente relacionada con definiciones, términos, autores citados, teoría, etc. (a los que se refiere explícitamente o se implica fuertemente).GREen, verde, relacionado con GREmlins, que son señales sutiles que puede olvidarse fácilmente, o una luz verde que dé una pista de cómo proceder, o dónde hacer un énfasis en las respuestas [1].

 Comprensión de textos

La mayoría de los autores utilizan el término metodología al hacer referencia a las distintas fases y estrategias de diversa índole puestas en juego al llevar a cabo una sesión de estudio; puede utilizarse la expresión proceso para entender que dicha tarea se caracteriza fundamentalmente por su carácter secuencial o procedimental.
En todo caso, un esquema que refleje los distintos pasos de la actividad, así como sus correspondientes técnicas podría ser el siguiente:

 Primera etapa: Lectura global

Objetivos:
  • Adquirir una idea general del contenido
  • Vincular el contenido a los saberes previos
Procedimientos:

 Segunda etapa: Lectura por párrafos

Objetivos:
  • Reconocimiento de palabras clave
  • Reconocimiento de ideas principales
  • Reconocimiento de ideas secundarias
Procedimientos:
  • Marcado de palabras clave
  • Subrayado en colores diferenciados de ideas principales y secundarias
  • Subrayado estructural: realización de anotaciones marginales por párrafos

 Tercera etapa: Representación de lo leído

Objetivos:
  • Asimilar significativamente el contenido
Procedimientos:
  • Elaboración de resúmenes textuales o síntesis
  • Elaboración de esquemas gráficos en donde se vinculan los principales conceptos (Mapa Conceptual)
  • Reconocimiento de ideas terciarias.

 Cuarta etapa: Memorización

Objetivos:
  • Incorporar significativamente los contenidos
Procedimientos:
  • Explicar (verbalmente y por escrito) los contenidos conceptuales utilizando como soporte los elementos creados en la tercera etapa

 Quinta etapa: Aplicación

Objetivos:
  • Asimilar significativamente los contenidos y recuperarlos para nuevos aprendizajes
Procedimientos:
  • El contenido asimilado se transforma en un saber previo que se rescata en situaciones concretas para aplicarse al adquirir nuevos saberes, se amplía y se profundiza lo ya conocido.

 Otras Técnicas

Más allá de la comprensión de textos lingüísticos, las técnicas de estudio implican habilidades relacionadas con la capacidad de comprender, asimilar, relacionar y recordar otras formas textuales. Actualmente, entre las técnicas de estudio se incluyen aspectos como:
  • Búsqueda, selección y organización de la información disponible en una página web
  • Interpretación de imágenes en general, infografías, material fotográfico y audiovisual
  • Comprensión de mapas
  • Comprensión de lo leído (recitar)



El método de estudio que utilicemos a la hora de estudiar tiene una importancia decisiva ya que los contenidos o materias que vayamos a estudiar por sí solos no provocan un estudio eficaz, a no ser que busquemos un buen método que nos facilite su comprensión, asimilación y puesta en práctica.


Es fundamental el Orden. Es vital adquirir unos conocimientos, de manera firme, sistemática y lógica, ya que la desorganización de los contenidos impide su fácil asimilación y se olvidan con facilidad.


Recomendaciones para diseñar un buen método de estudio.

  1.     Organización del material de trabajo. “Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa”
  2.     Distribuir el tiempo de forma flexible, adaptada a cambios y a circunstancias.
  3.     Tener en cuenta las dificultades concretas de cada materia.
  4.     Averiguar el ritmo personal de trabajo
  5.     Ser realista y valorar la capacidad de comprensión, memorización, ...
  6.     Comenzar por los trabajos más difíciles y dejar los más fáciles para el final.
  7.     Memorizar datos, entenderlos y fijarlos.
  8.      No estudiar materias que puedan interferirse: Ej, vocabulario de ingles con el de alemán.


El método que aquí os propongo consta de siete fases que a lo largo de las distintas sesiones iremos analizando y practicando:


2. Notas al margen








La prelectura es ese primer vistazo que se le da a un tema para saber de qué va y sacar así una idea general del mismo. Idea que frecuentemente viene expresada en el título.

Conviene hacerla el día anterior a la explicación del profesor pues así nos servirá para comprenderlo mejor y aumentará nuestra atención e interés en clase.



Consiste en leer detenidamente el tema entero. Las palabras o conceptos que se desconozcan se buscarán en el diccionario o en la enciclopedia.


Las notas al margen:

Son las palabras que escribimos al lado izquierdo del texto y que expresan las ideas principales del mismo. A veces vienen explícitas otras tendremos que inventarlas.



Consiste en poner una raya debajo de las palabras que consideramos más importantes de un tema.



Trata de expresar gráficamente y debidamente jerarquizadas las diferentes ideas de un tema. Es la estructura del mismo. Existen diferentes tipos de esquemas.



Es extraer de un texto todo aquello que nos interesa saber y queremos aprender. Se escribe lo subrayado añadiendo las palabras que falten para que el texto escrito tenga sentido.

Es grabar en la memoria los conocimientos que queremos poseer para después poder recordarlos.

lunes, 20 de febrero de 2012

EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS CAP. 3 Y 4




3




La tonta de remate





Bruno estaba seguro de que habría sido mejor dejar a

Gretel en Berlín cuidando la casa, porque sólo daba

problemas. De hecho, más de una vez había oído decir

que Gretel había sido un Problema Desde el Primer

Día.

Su hermana era tres años mayor que Bruno y

desde que él tenía uso de razón le había dejado muy

claro que en lo relativo a los asuntos del mundo, sobre

todo cualquier asunto del mundo que afectara a

ambos, quien mandaba era ella. A Bruno no le gustaba

admitir que le tenía un poco de miedo, pero sinceramente

—y él siempre procuraba ser sincero consigo

mismo— debía aceptar que así era.

Gretel tenía unas costumbres muy desagradables,

como suele pasar con todas las hermanas. Para empezar,

se entretenía demasiado en el cuarto de baño por

las mañanas, sin importarle que Bruno estuviese esperando

fuera dando saltitos, aguantándose el pis.




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Tenía una vasta colección de muñecas en los estantes

que cubrían las paredes de su habitación, y cuando

Bruno entraba allí las muñecas clavaban sus ojos

en él y lo seguían con la mirada, observando todos

sus movimientos. Bruno estaba convencido de que si

entrara en la habitación de Gretel para explorar cuando

ella no estuviese en casa, luego las muñecas se lo

contarían todo. Además, tenía unas amigas muy antipáticas

que por lo visto pensaban que era muy divertido

burlarse de él, pero él jamás habría permitido

algo así si hubiera sido tres años mayor que su hermana.

Daba la impresión de que a las amigas antipáticas

de Gretel no había nada que les gustara más que

torturarlo y decirle cosas desagradables cuando no

estaban cerca Madre ni Maria.

—Bruno no tiene nueve años, sólo tiene seis

—decía siempre uno de aquellos monstruos, con un

sonsonete, bailando alrededor de él e hincándole

un dedo en las costillas.

—Tengo nueve —protestaba él, intentando alejarse.

—Entonces ¿por qué eres tan bajito? —preguntaba

el monstruo—. Todos los niños de nueve años

son más altos que tú.

Aquello era cierto, y se trataba de una cuestión

particularmente delicada para Bruno. El no ser tan

alto como los demás niños de su clase era una fuente

de constante amargura. De hecho, sólo les llegaba

por los hombros. Cuando caminaba por la calle con

Karl, Daniel y Martin, a veces la gente lo tomaba por




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el hermano pequeño de uno de ellos, cuando en realidad

era el segundo en edad.

—Venga, di la verdad: sólo tienes seis años —insistía

el monstruo.

Bruno se iba corriendo y hacía sus estiramientos

y confiaba en que una mañana despertaría y habría

crecido un palmo o dos.

Así que una de las ventajas de no estar en Berlín

era que ninguna de aquellas brujas aparecería para

martirizarlo. Otra ventaja de verse obligado a permanecer

en la casa nueva un tiempo, incluso un mes

entero, era que quizá hubiera crecido cuando volvieran

a su verdadera casa, y entonces ellas ya no podrían

maltratarlo. Aquello era algo que debía recordar

si quería seguir la sugerencia de Madre: poner al mal

tiempo buena cara.

Irrumpió en la habitación de Gretel sin llamar a

la puerta y la encontró distribuyendo su ejército de

muñecas por los estantes de las paredes.

—¿Qué haces aquí? —le gritó ella, volviéndose

rápidamente—. ¿No sabes que no se entra en la habitación

de una dama sin llamar a la puerta?

—¿Te has traído todas las muñecas? —preguntó

Bruno, que tenía la costumbre de contestar a las preguntas

de su hermana con otra pregunta.

—Pues claro. ¿Qué querías que hiciera, dejarlas

en casa? Podrían pasar semanas antes de que volvamos

allí.

—¿Semanas? —repitió él fingiendo decepción,

pero en secreto se alegró porque se había resignado

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a la idea de pasar todo un mes allí—. ¿Estás-segura?

—Se lo he preguntado a Padre y ha dicho que

nos quedaremos aquí en el futuro inmediato.

—¿Qué significa exactamente el futuro inmediato?

—quiso saber Bruno, sentándose en el borde

de la cama.

—Significa las próximas semanas —contestó Gretel

y asintió con la cabeza—. Unas tres semanas.

—Qué alivio. Mientras sea el futuro inmediato y

no un mes entero... Porque esto es horrible.

Gretel lo miró y, por una vez, tuvo que admitir

que estaba de acuerdo con él.

—Ya —dijo—. No es muy bonito, ¿verdad?

—Es horrible —repitió Bruno.

—Bueno, sí. Ahora puede parecer horrible. Pero

cuando arreglemos un poco la casa seguro que no nos

parecerá tan mal. Le oí decir a Padre que quienes vivían

aquí en Auchviz antes que nosotros perdieron

su empleo muy deprisa y no tuvieron tiempo de arreglar

la casa para nosotros.

—¿Auchviz? —preguntó Bruno—. ¿Qué es un

auchviz?

—«Un» Auchviz no, Bruno —suspiró Gretel—.

Sólo Auchviz.

—Bueno, pues ¿qué es Auchviz?

—Es el nombre de la casa. Auchviz.

Bruno reflexionó. Fuera no había visto ningún

letrero con ese nombre, ni nada escrito en la puerta

principal.




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Su casa de Berlín ni siquiera tenía nombre; se llamaba

sencillamente «número cuatro».

—Pero ¿por qué ese nombre? —preguntó, exasperado.

—Auchviz era la familia que vivía aquí antes que

nosotros, supongo —dijo Gretel—. El padre no debía

de hacer bien su trabajo y alguien dijo: «Largaos,

ya buscaremos a otro que sepa hacerlo mejor.»

—Te refieres a Padre.

—Claro —dijo Gretel, que siempre hablaba de

Padre como si él no se equivocara ni se enfadara nunca,

y como si siempre fuese a darle un beso de buenas

noches antes de que ella se durmiera, cosa que, si

Bruno hubiera sido justo y olvidado la tristeza que le

producía la mudanza, habría admitido que Padre

también hacía con él.

—Entonces ¿estamos aquí, en Auchviz, porque

alguien echó a la familia que vivía en esta casa antes

que nosotros?

—Exacto, Bruno. Y ahora, sal de encima de mi

colcha. Me la estás arrugando.

Bruno saltó de la cama y aterrizó en la alfombra

con un ruido sordo. No le gustó: era un sonido muy

hueco, así que decidió que sería mejor no ir dando

saltos por aquella casa porque podía derrumbarse y

caérseles encima.

—Esto no me gusta —repitió por enésima vez.

—Ya lo sé —dijo Gretel—. Pero no podemos hacer

nada, ¿no?

—Echo de menos a Karl, Daniel y Martin.




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—Y yo a Hilda, Isobel y Louise —dijo Gret¿l, y

Bruno intentó recordar cuál de las tres niñas era el

monstruo.

—Los otros niños no parecen nada simpáticos

—comentó, y Gretel, que estaba poniendo una de sus

muñecas más aterradoras en un estante, se dio la vuelta

y lo miró fijamente.

—¿Qué has dicho? —preguntó.

—He dicho que los otros niños no parecen nada

simpáticos.

—¿Los otros niños? —repitió Gretel, desconcertada—.

¿Qué otros niños? Yo no he visto ninguno.

Bruno miró en derredor. En la habitación de

Gretel también había una ventana, pero como estaban

en el otro lado del pasillo, frente a la habitación

de él, la ventana daba a la dirección opuesta. Procurando

mantener un aire de misterio, Bruno se dirigió

hacia la ventana. Metió las manos en los bolsillos de

sus pantalones cortos e intentó silbar una melodía y

esquivar la mirada de su hermana.

—¡Bruno! —dijo ésta—. ¿Qué demonios haces?

¿Te has vuelto loco?

El siguió andando y silbando, sin mirarla, hasta

que llegó a la ventana. Por suerte, era lo bastante baja

para poder mirar por ella. Se asomó y vio el coche

en que habían llegado, así como tres o cuatro coches

más de los soldados de Padre, algunos de los cuales

andaban por allí, fumando cigarrillos y riendo de

algo mientras miraban con nerviosismo hacia el edi-




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ficio. Un poco más allá estaba el camino de la casa, y

más allá había un bosque que parecía ideal para explorar.

—Bruno, ¿quieres hacer el favor de explicarme

qué has querido decir con ese último comentario?

—preguntó Gretel.

—Mira, un bosque —dijo él sin hacerle caso.

—¡Bruno! —le espetó su hermana, avanzando

hacia él con unas zancadas tan grandes que el niño se

apartó de un brinco de la ventana.

—¿Qué? —preguntó fingiendo no saber a qué se

refería.

—Los otros niños. Has dicho que no parecen

nada simpáticos.

—Es verdad. —No quería juzgarlos antes de conocerlos,

pero no tenía más remedio que guiarse por

las apariencias, pese a que Madre le había dicho muchas

veces que aquello no estaba bien.

—Pero ¿qué otros niños? ¿Dónde están?

Bruno sonrió y le indicó que lo acompañara. Ella

resopló y siguió a su hermano; fue a dejar la muñeca

en la cama, pero se lo pensó mejor y la abrazó con

fuerza. Al entrar en el dormitorio de Bruno, Maria

casi la derriba, pues en ese momento salía atropelladamente

llevando lo que parecía un ratón muerto.

—Están ahí fuera —dijo Bruno, mirando por la

ventana. No se dio la vuelta para comprobar si Gretel

había entrado en la habitación; estaba absorto observando

a los niños. Por un momento, hasta olvidó que

su hermana estaba allí.

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Gretel se había detenido en el umbral; se moría

de ganas de mirar también, pero algo en el tono de

Bruno y en el modo como miraba la puso nerviosa.

Su hermano nunca había conseguido engañarla y suponía

que tampoco la estaba engañando en aquel

momento, pero algo en su actitud la hacía dudar sobre

si de verdad quería ver a aquellos niños. Tragó saliva,

ansiosa, y rezó en silencio para que volvieran a

Berlín en el futuro inmediato y no pasado todo un

mes como había apuntado Bruno.

—¿Qué? —dijo el niño al volverse y verla plantada

en el umbral, estrechando su muñeca, con las rubias

trenzas en perfecto equilibrio sobre los hombros,

a punto para recibir un buen tirón—. ¿No quieres

verlos?

—Claro que sí —replicó ella, y avanzó con paso

vacilante—. Quítate de en medio —dijo, propinándole

un codazo.

Hacía una tarde radiante y soleada, y el sol salió

por detrás de una nube en el preciso instante en que

Gretel se asomó a la ventana; pero un momento más

tarde sus ojos se adaptaron a la luz, el sol se ocultó de

nuevo y la niña pudo ver exactamente a qué se refería

Bruno.




CAPÍTULO 4

Lo que vieron por la ventana




Para empezar, no eran niños. Al menos no todos.

Había niños pequeños y niños mayores, pero también

padres y abuelos. Quizá también algunos tíos.

Y unas cuantas personas de las que viven en las calles

y que parecen no tener familia.

—¿Quiénes son? —preguntó Gretel, tan boquiabierta

como solía quedarse su hermano últimamente—.

¿Qué clase de sitio es ése?

—No estoy seguro —dijo Bruno, sin faltar a la

verdad—. Pero no es tan bonito como Berlín, eso sí

lo sé.

—¿Y dónde están las niñas? ¿Y las madres? ¿Y las

abuelas?

—A lo mejor viven en otra zona.

Gretel no quería seguir mirando, pero le resultaba

muy difícil apartar la mirada. Hasta entonces, lo

único que había visto era el bosque hacia el que estaba

orientada su ventana; parecía un poco oscuro, pero




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quizá más allá hubiera algún claro donde hacer rae^

riendas campestres. Sin embargo, desde aquel lado

de la casa el panorama era muy diferente.

A primera vista no estaba tan mal. Justo debajo

de la ventana de Bruno había un jardín bastante

grande y lleno de flores en pulcros y ordenados arriates.

Parecían muy bien cuidados por alguien que hubiera

comprendido que plantar flores en un sitio

como aquél era una buena idea, como lo habría sido,

durante una oscura noche de invierno, encender una

velita en el rincón de un lúgubre castillo situado en

medio de un brumoso páramo.

Más allá de las flores había un bonito adoquinado

con un banco de madera, donde Gretel se imaginó

sentada al sol leyendo un libro. En el respaldo

del banco se veía una placa, pero desde aquella distancia

no logró leer la inscripción. El asiento estaba

orientado hacia la casa, lo cual podía resultar un

poco extraño, pero dadas las circunstancias la niña

lo entendió.

Unos seis metros más allá del jardín y las flores

y el banco con la placa, todo cambiaba: paralela a la

casa discurría una enorme alambrada, con la parte

superior inclinada hacia dentro, que se extendía en

ambas direcciones hasta más allá de donde alcanzaba

la vista. Era una alambrada muy alta, incluso más

que la casa donde se hallaban los niños, y estaba sostenida

por gruesos postes de madera, como los de

telégrafos, repartidos a intervalos. En lo alto, gruesos

rollos de alambre de espino enredados forma-




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ban espirales. Gretel sintió un escalofrío al ver las

afiladas púas.

Detrás de la alambrada no crecía hierba; de hecho,

a lo lejos no se veía ningún tipo de vegetación.

El suelo parecía de arena, y Gretel sólo vio pequeñas

cabanas y grandes edificios cuadrados, separados

entre ellos, y una o dos columnas de humo a lo lejos.

Abrió la boca para decir algo, pero no encontró palabras

para expresar su sorpresa, así que hizo lo único

sensato que se le ocurrió: volver a cerrarla.

—¿Lo ves? —dijo Bruno a su espalda. Estaba

satisfecho de sí mismo porque, fuera lo que fuese

aquello que se veía y fueran quienes fuesen aquellas

personas, él lo había visto primero y podría verlo

siempre que quisiera, puesto que se veía desde su

ventana y no desde la de Gretel. Por tanto, todo

aquello le pertenecía: él era el rey de todo lo que

contemplaban y ella su humilde subdita.

—No lo entiendo —admitió Gretel—. ¿A quién

se le ocurriría construir un sitio tan horrible?

—¿Verdad que es horrible? Me parece que esas

casuchas sólo tienen una planta. Mira qué bajas son.

—Deben de ser casas modernas —sugirió su hermana—.

Padre odia las cosas modernas.

—Entonces no creo que le gusten.

—No —dijo Gretel, y siguió contemplándolas.

Tenía doce años y se la consideraba una de las niñas

más inteligentes de su clase, así que apretó los labios,

entornó los ojos y se exprimió el cerebro para

comprender qué era aquello.




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—Esto debe de ser el campo —concluyó al fin,

volviéndose a mirar a su hermano con expresión de

triunfo.

—¿El campo?

—Sí, es la única explicación, ¿no te das cuenta?

Cuando estamos en casa, en Berlín, estamos en la

ciudad. Por eso hay tanta gente y tantas casas, y tantas

escuelas llenas de niños, y no puedes caminar por

el centro de la ciudad un sábado por la tarde sin que

la multitud te empuje.

—Ya... —asintió Bruno, intentando seguir el razonamiento.

—Pero en clase de Geografía nos enseñaron que

en el campo, donde están los granjeros y los animales,

y donde se cultivan los alimentos, hay zonas inmensas

como ésta donde vive y trabaja la gente que

envía a la ciudad todo lo que nosotros comemos.

—Miró de nuevo por la ventana y contempló la gran

extensión que se abría ante ella, fijándose en las distancias

que había entre las cabanas—. Sí, debe de ser

eso. Es el campo. A lo mejor ésta es nuestra casa de

veraneo —añadió esperanzada.

Bruno reflexionó y negó con la cabeza.

—No lo creo —dijo con convicción.

—Tienes nueve años —replicó Gretel—. ¿Qué

sabrás tú? Cuando tengas mi edad entenderás mucho

mejor estas cosas.

Bruno sabía que era más pequeño, pero no estaba

de acuerdo en que eso le impidiera tener razón.




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—Pero si esto es el campo, como dices, ¿dónde

están todos esos animales de los que hablas?

Gretel abrió la boca para replicar, pero no se le

ocurrió ninguna respuesta adecuada, así que miró de

nuevo y escudriñó el terreno en busca de los animales.

No los había por ninguna parte.

—Si fuera una granja, habría vacas, cerdos, ovejas

y caballos —dijo Bruno—. Y gallinas y patos.

—Pues no hay ninguno —admitió Gretel en voz

baja.

—Y si aquí cultivaran alimentos, como has dicho

—continuó Bruno, disfrutando de lo lindo—, la tierra

tendría mejor aspecto, ¿no crees? No me parece

que se pueda cultivar nada en una tierra tan árida.

Gretel volvió a mirar y asintió con la cabeza; no

era tan tonta como para empeñarse en tener razón

cuando era evidente que no la tenía.

—A lo mejor resulta que no es ninguna granja

—dijo.

—No lo es —confirmó Bruno.

—Y eso significa que esto no es el campo —añadió

ella.

—No, creo que no lo es.

—Y eso también significa que seguramente ésta

no es nuestra casa de veraneo —concluyó Gretel.

—Me parece que no.

Bruno se sentó en la cama y por un instante sintió

ganas de que Gretel se sentara a su lado, lo abrazara

y le asegurara que todo saldría bien y que al final

aquello acabaría gustándoles tanto que ya no que-

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rrían regresar a Berlín. Pero ella seguía mirando por

la ventana, y esta vez no contemplaba las flores ni el

adoquinado ni el banco con la placa ni la alta alambrada

ni los postes de madera ni el alambre de espino

ni la tierra reseca que había detrás ni las cabanas ni

los pequeños edificios ni las columnas de humo: estaba

mirando a la gente.

—¿Quiénes son todas esas personas? —preguntó

con un hilo de voz, como si pensara en voz alta—.

¿Y qué hacen allí?

Bruno se levantó y por primera vez ambos miraron

juntos por la ventana, pegados el uno al otro,

contemplando lo que pasaba más allá de aquella

alambrada levantada a menos de quince metros de

su nuevo hogar.

Allá donde mirasen veían individuos que iban de

un lado a otro; los había altos, bajos, viejos y jóvenes.

Unos estaban de pie, inmóviles, formando grupos,

con los brazos pegados a los costados, intentando

mantener la cabeza erguida, mientras un soldado

pasaba ante ellos gesticulando con la boca muy deprisa,

como si les gritara algo. Algunos formaban

una especie de cadena de presos y empujaban carretillas

a través del campo; salían de un sitio que quedaba

fuera del alcance de la vista y llevaban sus

carretillas detrás de una cabana, donde desaparecían

nuevamente. Unos cuantos estaban cerca de las cabanas

formando grupos, con la vista clavada en el

suelo como si jugaran a pasar inadvertidos. Otros caminaban

con muletas y muchos llevaban vendajes en




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la cabeza. Algunos cargaban palas y eran conducidos

por soldados hacia un sitio que quedaba oculto.

Bruno y Gretel vieron a cientos de personas, pero

había tantas cabanas y el campo se extendía hasta tan

lejos, más allá de donde alcanzaba la vista, que daba

la impresión de que debía de haber miles.

—Y qué cerca de nosotros viven —comentó Gretel

frunciendo el ceño—. En Berlín, en nuestra tranquila

y bonita calle, sólo había seis casas. Y mira

cuántas hay aquí. ¿Cómo se le ocurriría a Padre aceptar

un empleo en un sitio tan horrible y con tantos

vecinos? No tiene sentido.

—Mira allí —dijo Bruno.

Gretel siguió la dirección que señalaba el dedo

de su hermano y vio salir de una lejana cabana a un

grupo de niños y a unos soldados que les gritaban.

Cuanto más les gritaban, más se amontonaban los

niños, pero entonces un soldado se abalanzó sobre

ellos y los niños se separaron e hicieron lo que al parecer

les ordenaban, que era ponerse en fila india.

Cuando lo hicieron, los soldados se echaron a reír y

aplaudieron.

—Deben de estar ensayando algo —sugirió Gretel,

sin tener en cuenta que al parecer algunos niños,

incluso mayores, incluso los que tenían la misma

edad que ella, estaban llorando.

—Ya te decía yo que aquí había niños —dijo

Bruno.

—Pero no son la clase de niños con los que yo

quiero jugar. Mira qué sucios están. Hilda, Isobel y




43




Louise se bañan todas las mañanas, como yo. Estos

niños parece que no se hayan bañado en la vida.

—Sí, está todo muy sucio. A lo mejor es que no

tienen cuartos de baño.

—No seas estúpido —le espetó Gretel, pese a

que le habían dicho muchas veces que no debía llamar

estúpido a su hermano—. ¿Cómo no van a tener

cuartos de baño?

—No lo sé —dijo Bruno—. A lo mejor es que no

hay agua caliente.

Gretel siguió mirando unos momentos más; luego

se estremeció y se dio la vuelta.

—Me voy a mi habitación a ordenar mis muñecas

—anunció—. La vista es más bonita desde allí.

Y echó a andar, cruzó el pasillo, entró en su dormitorio

y cerró la puerta, aunque no se puso a ordenar

las muñecas enseguida. Se sentó en la cama y

empezaron a pasarle muchas cosas por la cabeza.

Su hermano se acercó a la ventana y, mientras

contemplaba a aquellos cientos de personas que trajinaban

o deambulaban a lo lejos, reparó en que todos

—los niños pequeños, los niños no tan pequeños, los

padres, los abuelos, los tíos, los hombres que vivían en

las calles y que no parecían tener familia— llevaban la

misma ropa: un pijama gris de rayas y una gorra gris

de rayas.

—Qué curioso —murmuró, y se apartó de la ventana.

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lunes, 13 de febrero de 2012

EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS CAPITULO I Y II


John Boyne

EL NIÑO CON EL

PIJAMA DE RAYAS
Traducción del inglés de


Gemma Rovira Ortega
salamandra
Título original:


The Boy in the Striped Pyjamas


Ilustración de la cubierta: Reproducida por acuerdo con

Random House Children's Books, parte de Random House Group Ltd.


Copyright

© John Boyne, 2006


Copyright de la edición en castellano

© Ediciones Salamandra, 2007


Publicaciones y Ediciones Salamandra, S.A.

Almogavers, 56, 7°

2' - 08018 Barcelona - Tel. 93 215 11 99


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Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la

autorización escrita de los titulares del "Copyright", bajo las sanciones

establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por

cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento

informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler

o préstamo públicos.

ISBN: 978-84-9838-079-8

Depósito legal: B-34.937-2007

1* edición, febrero de 2007

5" edición, junio de 2007


Printed in Spain


Impresión: Romanyà-Valls, Pl. Verdaguer, 1

Capellades, Barcelona


para Jamie Lynch


El descubrimiento de Bruno
Una tarde, Bruno llegó de la escuela y se llevó una


sorpresa al ver que Maríaa, la criada de la familia —que

siempre andaba cabizbaja y no solía levantar la vista

de la alfombra—, estaba en su dormitorio sacando

todas sus cosas del armario y metiéndolas en cuatro

grandes cajas de madera; incluso las pertenencias que

él había escondido en el fondo del mueble, que eran

suyas y de nadie más.

—¿Qué haces? —le preguntó con toda la educación

de que fue capaz, pues, aunque no le hizo ninguna

gracia encontrarla revolviendo sus cosas, su madre

siempre le recordaba que tenía que tratarla con respeto

y no limitarse a imitar el modo en que Padre se

dirigía a la criada—. No toques eso.

Maria sacudió la cabeza y señaló la escalera, detrás

de Bruno, donde acababa de aparecer la madre

del niño. Era una mujer alta y de largo cabello pelirrojo,

recogido en la nuca con una especie de redecilla.

Se retorcía las manos, nerviosa, como si hubiera

algo que le habría gustado no tener que decir o algo

que le habría gustado no tener que creer.

—Madre —dijo Bruno—, ¿qué pasa? ¿Por qué

Maria está revolviendo mis cosas?

—Está haciendo las maletas.

—¿Haciendo las maletas? —repitió él, y repasó

a toda prisa los días anteriores, considerando si

se había portado especialmente mal o si había pronunciado

aquellas palabras que tenía prohibido

pronunciar, y si por eso lo castigarían mandándolo a

algún sitio. Pero no encontró nada. Es más, en los últimos

días se había portado de forma perfectamente

correcta y no recordaba haber causado ningún problema—.

¿Por qué? —preguntó entonces—. ¿Qué he

hecho?

Pero Madre ya había subido a su dormitorio,

donde Lars, el mayordomo, estaba recogiendo sus

cosas. La mujer echó un vistazo, suspiró y alzó las

manos con gesto de frustración antes de volver hacia

la escalera. En ese momento Bruno subía, porque no

pensaba olvidar el asunto sin haber recibido una explicación.

—Madre —insistió—, ¿qué pasa? ¿Vamos a mudarnos?

—Ven conmigo —dijo ella, señalando el gran comedor,

donde la semana anterior había cenado el Furias—.

Hablaremos abajo.

Bruno se volvió y bajó la escalera a toda prisa,

adelantando a su madre, de modo que ya la esperaba

10

en el comedor cuando ella llegó. La observó un momento

en silencio y pensó que aquella mañana se había

aplicado mal el maquillaje, porque tenía los bordes

de los párpados más rojos de lo habitual, igual que se

le ponían a él cuando se portaba mal, se metía en un

aprieto y acababa llorando.

—Mira, hijo, no tienes que preocuparte —dijo

ella, acomodándose en la silla donde se había sentado

la acompañante del Furias, una rubia hermosísima, y

desde donde ésta se había despedido de Bruno con la

mano cuando Padre cerró las puertas—. Ya verás, de

hecho vas a vivir una gran aventura.

—¿Qué aventura? ¿Vais a mandarme a algún sitio?

—No, no te vas sólo tú —repuso ella, y por un instante

pareció que quería sonreír—. Nos vamos todos.

Tú, Gretel, tu padre y yo. Los cuatro.

Bruno arrugó la nariz. No le importaba demasiado

que enviaran a Gretel a algún sitio, porque ella era

tonta de remate y no hacía más que fastidiarlo, pero

le pareció un poco injusto que todos tuvieran que irse

con ella.

—Pero ¿adónde? —preguntó—. ¿Adonde nos vamos?

¿Por qué no podemos quedarnos aquí?

—Es por el trabajo de tu padre. Ya sabes lo importante

que es, ¿verdad?

—Sí, claro. —Bruno asintió con la cabeza. Siempre

acudían muchas visitas a la casa (hombres con

uniformes fabulosos y mujeres con máquinas de escribir

que él no podía tocar con las manos sucias), y

todos se mostraban muy educados con su padre y co-

11

mentaban que era un hombre con porvenir y que el

Furia tenía grandes proyectos para él.

—Bueno, pues a veces, cuando alguien es muy

importante —continuó Madre—, su jefe le pide que

vaya a algún sitio para hacer un trabajo muy especial.

—¿Qué clase de trabajo? —preguntó Bruno, porque

sinceramente (y él siempre procuraba ser sincero

consigo mismo) no estaba del todo seguro de en qué

consistía el trabajo de Padre.

Un día, en la escuela, todos habían hablado de sus

padres y Karl había dicho que el suyo era verdulero, y

Bruno sabía que era verdad porque regentaba la verdulería

del centro de la ciudad. Y Daniel había dicho que

su padre era maestro, y Bruno sabía que era verdad

porque enseñaba a los chicos mayores, aquellos a quienes

no era conveniente acercarse. Y Martin había dicho

que su padre era cocinero, y Bruno sabía que era

verdad porque cuando iba a buscar a su hijo a la escuela

siempre llevaba una bata blanca y un delantal de cuadros

escoceses, como si acabara de salir de la cocina.

Pero cuando le preguntaron a Bruno qué hacía su

padre, él abrió la boca para contestar y entonces se

dio cuenta de que no lo sabía. Sólo podía decir que

era un hombre con porvenir y que el Furias tenía

grandes proyectos para él. Bueno, eso y que tenía un

uniforme fabuloso.

—Es un trabajo muy importante —dijo Madre

tras vacilar un instante—. Un trabajo para el que se requiere

un hombre muy especial. Lo entiendes, ¿verdad?

12


¿Y tenemos que ir todos?


—Por supuesto. No querrás que Padre vaya solo

a hacer ese trabajo y que esté triste, ¿no?

—No, claro —concedió Bruno.

—Padre nos añoraría mucho si no nos tuviera a

su lado —añadió ella.

—¿A quién añoraría más? ¿A mí o a Gretel?

—Os añoraría a ambos por igual —afirmó Madre,

porque no le gustaba mostrar favoritismos, algo

que Bruno respetaba, sobre todo porque sabía que en

el fondo él era su favorito.

—Pero ¿y la casa? ¿Quién cuidará de ella mientras

estemos fuera?

La madre suspiró y paseó la mirada por la habitación

como si no fuera a verla nunca más. Era una

casa muy bonita, con cinco plantas, contando el sótano

donde el cocinero preparaba las comidas y donde

Maria y Lars se sentaban a la mesa y discutían y se

llamaban cosas que no había que llamar a nadie. Y contando

también la pequeña buhardilla de ventanas inclinadas

que había en lo alto del edificio, desde donde

Bruno podía contemplar todo Berlín si se ponía de

puntillas y se aferraba al marco.

—De momento tenemos que cerrar la casa —dijo

Madre—. Pero algún día regresaremos.

—¿Y el cocinero?

¿Y Lars? ¿Y Maria? ¿No seguirán


viviendo aquí?

—Ellos vienen con nosotros. Pero basta de preguntas.

Quiero que subas y ayudes a Maria a hacer tus

maletas.

13

El niño se levantó, pero no fue a ninguna parte.

Necesitaba aclarar unas cuantas cosas más antes de

dar el tema por zanjado.

—¿Y está muy lejos? —preguntó—. Ese sitio al.

que vamos. ¿Está a más de un kilómetro?

—¡Qué gracia! —exclamó Madre, y rió de manera

extraña, porque no parecía contenta, desviando

la mirada como para evitar que su hijo le viera? la

cara—. Sí, Bruno, está a más de un kilómetro. La

verdad es que está bastante más lejos.

Bruno abrió mucho los ojos y sus labios forma- .

ron una O. Notó que los brazos se le extendían hacia

los lados, como solía ocurrirle cuando algo le sorprendía.

—No querrás decir que nos vamos de Berlín,

¿verdad? —repuso, intentando tomar aire al mismo

tiempo que pronunciaba aquellas palabras.

—Me temo que sí —dijo Madre, asintiendo

tristemente con la cabeza—. El trabajo de tu padre

es...

—Pero ¿y la escuela? —la interrumpió Bruno,

algo que sabía que no debía hacer, aunque supuso que

en aquella ocasión su madre le perdonaría—. ¿Y Karl

y Daniel y Martin? ¿Cómo sabrán ellos dónde estoy

cuando queramos hacer cosas juntos?

—Tendrás que despedirte de tus amigos por un

tiempo. Pero descuida, volverás a verlos más adelante.

Y no interrumpas a tu madre cuando te habla, por favor

—añadió, pues pese a que aquélla era una noticia

extraña y desagradable, no había ninguna necesidad

14

de que Bruno incumpliera las normas de educación

que le habían inculcado.

—¿Despedirme de ellos? —preguntó el niño mirándola

fijamente—. ¿Despedirme de ellos? —repitió,

escupiendo las palabras como si tuviera la boca

llena de trocitos de galleta masticados—. ¿Despedirme

de Karl y Daniel y Martin? —continuó, subiendo

peligrosamente el tono hasta casi gritar, algo que no

le estaba permitido dentro de casa—. ¡Pero si son

mis tres mejores amigos para toda la vida!

—Bueno, ya harás nuevas amistades —dijo Madre

quitándole importancia con un ademán, como si

fuera fácil encontrar a tres mejores amigos para toda

la vida.

—Es que nosotros teníamos planes —protestó

él.

—¿Planes? —Madre enarcó las cejas—. ¿Qué

clase de planes?

—Eso no puedo decírtelo —contestó Bruno,

ya que sus planes consistían en portarse mal, sobre

todo al cabo de unas semanas, cuando terminara el

curso escolar y empezaran las vacaciones de verano.

Entonces no tendrían que pasar todo el día sólo haciendo

planes, sino que podrían ponerlos en práctica.

—Lo siento, hijo, pero tus planes tendrán que

esperar. No tenemos alternativa.

—Pero...

—Basta, Bruno —espetó ella con brusquedad,

poniéndose en pie para demostrarle que lo decía en

15

serio—. Precisamente la semana pasada te quejabas

de cómo habían cambiado las cosas en los últimos

tiempos.

—Bueno, es que no me gusta que ahora haya

que apagar todas las luces por la noche —admitió

él.

—Eso lo hace todo el mundo. Así nos protegemos.

Y quién sabe, quizá estemos más seguros si nosj

marchamos. Bueno, ahora quiero que subas y ayudes

a Maria a hacer tus maletas. No tenemos tanto tiempo

como me habría gustado para prepararnos, gracias

a ciertas personas.

Bruno asintió y se alejó cabizbajo, consciente de

que «ciertas personas» era una expresión que utilizaban

los adultos y que significaba «Padre», y que él no

debía emplearla.

Subió despacio la escalera, sujetándose a la barandilla

con una mano mientras se preguntaba si en

la casa nueva de aquel sitio nuevo donde estaba el

trabajo nuevo de su padre habría una barandilla tan

fabulosa como aquélla para deslizarse. Porque la barandilla

de su casa arrancaba del último piso —justo

enfrente de la pequeña buhardilla desde donde, si se

ponía de puntillas y se aferraba al marco de la ventana,

podía contemplar todo Berlín—, discurría hasta

la planta baja y terminaba justo enfrente de la enorme

puerta de roble de doble hoja. Y no había nada

que a Bruno le gustara más que montarse en la barandilla

en el último piso y deslizarse por toda la casa

haciendo «zuuum».

16

Bajaba desde el último piso hasta el siguiente,

donde se encontraban el dormitorio de sus padres y

el cuarto de baño grande que no le dejaban utilizar.

Continuaba hasta el siguiente, donde estaba su

dormitorio y el de Gretel, y el cuarto de baño más

pequeño que sí le dejaban utilizar y que en realidad

habría debido utilizar más a menudo.

Y seguía hasta la planta baja, donde se caía del

extremo de la barandilla. Debía aterrizar con los dos

pies si no quería recibir una penalización de cinco

puntos y verse obligado a empezar de nuevo.

La barandilla era lo mejor de la casa —eso y que

los abuelos vivían muy cerca—. Cuando reparó en

aquello, Bruno se preguntó si ellos irían también al

sitio del nuevo trabajo y supuso que sí, porque ¿cómo

iban a dejarlos allí? A Gretel nadie la necesitaba mucho

porque era tonta de remate —todo habría sido

más fácil si ella se hubiera quedado al cuidado de la

casa—, pero los abuelos... Hombre, aquello era muy

distinto.

Subió despacio la escalera hacia su dormitorio,

pero antes de entrar miró hacia abajo y vio a Madre

abriendo la puerta del despacho de Padre, que se comunicaba

con el comedor —y donde estaba Prohibido

Entrar Bajo Ningún Concepto y Sin Excepciones—,

y la oyó gritarle hasta que Padre gritó mucho

más fuerte que ella, poniendo fin a la conversación.

Entonces la puerta del despacho se cerró y Bruno no

oyó nada más, de modo que le pareció buena idea

volver a su habitación y encargarse personalmente

17

de hacer las maletas; de lo contrario, María sacaría

todas sus cosas del armario sin cuidado ni consideración,

incluso las pertenencias que él había escondido

en el fondo del mueble y que eran suyas y de nadie

más.


18

La casa nueva

Cuando vio su casa nueva por primera vez, Bruno

abrió los ojos desmesuradamente, sus labios formaron

una O y los brazos se le extendieron hacia los lados.

Era todo lo contrario de su antigua casa y no

podía creer que de verdad fueran a vivir allí.

La casa de Berlín estaba en una calle tranquila

donde había otras también muy grandes, y le gustaba

contemplarlas porque eran casi iguales a la suya,

aunque no idénticas, y en ellas vivían otros niños con

los que Bruno jugaba (si eran amigos) o a los que no

se acercaba (si eran rivales). La nueva, en cambio, estaba

aislada, en un sitio vacío y desolado, y no había

ninguna otra casa cerca, lo que significaba que no

habría otras familias en el vecindario ni otros niños

con los que jugar, ni amigos ni rivales.

La casa de Berlín era enorme, y pese a que Bruno

había vivido nueve años en ella, todavía encontraba

rincones y recovecos que no había explorado a fondo.

19

Incluso había habitaciones enteras —como el despacho

de Padre, donde estaba Prohibido Entrar Bajo

Ningún Concepto y Sin Excepciones— en las que

apenas había curioseado. Sin embargo, la casa nueva

sólo tenía dos plantas: un piso superior donde estaban

los tres dormitorios y el único cuarto de baño, y

una planta baja donde se encontraban la cocina, el

comedor y el nuevo despacho de Padre (sujeto, presumiblemente,

a las mismas restricciones que el antiguo).

También había un sótano, donde dormía el

servicio.

Alrededor de la de Berlín había otras calles con

grandes casas, y cuando caminabas hacia el centro de

la ciudad siempre encontrabas personas que paseaban

y se paraban para charlar un momento, y personas que

pasaban con prisa y decían que no tenían tiempo de

pararse, aquel día no, porque aquel día tenían un

montón de cosas que hacer. Había tiendas con llamativos

escaparates y puestos de fruta y verdura con

enormes bandejas de coles, zanahorias, coliflores y

mazorcas de maíz. En algunos apenas cabían los

puerros, champiñones, nabos y coles de Bruselas; había

otros con lechugas, judías verdes, calabacines y

chirivías. A veces Bruno se plantaba delante de aquellos

puestos, cerraba los ojos y aspiraba sus aromas;

la dulce mezcla de efluvios de toda aquella materia

viva le producía un ligero mareo. Pero alrededor de

la casa nueva no había otras calles, ni nadie paseando

tranquilamente ni caminando con prisa, y por supuesto,

tampoco ninguna tienda ni puestos de fruta

20

y verdura. Cuando cerraba los ojos, sólo notaba vacío

y frío alrededor, como si se hallara en el lugar

más solitario del planeta. Era como el fondo de la

nada.

En Berlín la gente sacaba mesas a la calle, y a veces,

cuando Bruno volvía caminando de la escuela

con Karl, Daniel y Martin, había hombres y mujeres

sentados a aquellas mesas, tomando bebidas espumosas

y riendo a carcajadas; la gente que se sentaba a

aquellas mesas debía de ser muy graciosa, pensaba

él, porque dijeran lo que dijesen siempre había alguien

que se reía. Sin embargo, la casa nueva tenía

algo que hizo pensar a Bruno que allí nunca se reía

nadie; que no había nada de qué reírse y nada de qué

alegrarse.

—Me parece que nos hemos equivocado —opinó

Bruno unas horas después de su llegada, mientras

Maria deshacía las maletas en el piso de arriba. (María

no era la única criada en la casa nueva: había otras

tres que estaban muy flacas y casi nunca hablaban entre

ellas, salvo esporádicos susurros. También había

un anciano que, según dijeron a Bruno, se encargaría

de preparar las hortalizas todos los días y servirles la

comida en el comedor, y que parecía muy desdichado

y un poco malhumorado.)

—A nosotros no nos corresponde pensar —dijo

Madre mientras abría una caja que contenía un juego

de sesenta y cuatro vasitos que los abuelos le habían

regalado cuando se casó con Padre—. Ciertas personas

toman las decisiones por nosotros.

21

Como no sabía qué significaba aquello, Bruno

fingió no haberla oído.

—Me parece que nos hemos equivocado —repitió—.

Creo que lo mejor será olvidar todo esto y volver

a casa. La experiencia es la madre de la ciencia

—añadió, una frase que había aprendido hacía poco

y que le gustaba utilizar siempre que era posible.

Madre sonrió y colocó los vasos con cuidado encima

de la mesa.

—Te voy a enseñar otro refrán —dijo—: «Al mal

tiempo, buena cara.»

—Pues yo no veo que pongamos buena cara.

Creo que deberías decirle a Padre que has cambiado

de idea. Si no hay más remedio que pasar el resto

del día aquí, y cenar y quedarnos a dormir esta noche

porque todos estamos cansados, no importa, pero mañana

tendríamos que levantarnos temprano si queremos

llegar a Berlín antes de la hora de merendar.

Madre suspiró.

—Bruno, ¿por qué no subes y ayudas a Maria a

deshacer las maletas? —dijo.

—¿Para qué voy a deshacer las maletas si sólo vamos

a...?

—¡Sube, Bruno, por favor! —le espetó Madre,

porque al parecer no había inconveniente en que ella

lo interrumpiera a él, pero no funcionaba igual a la

inversa—. Estamos aquí, hemos llegado, éste será

nuestro hogar en el futuro inmediato y tenemos que

poner al mal tiempo buena cara. ¿Me has entendido?

22

Bruno no sabía qué significaba «el futuro inmediato

», y así lo dijo.

—Significa que ahora vivimos aquí —explicó Madre—.

Y no se hable más.

Al niño le dio un retortijón; algo crecía en su interior,

algo que cuando ascendiera de las profundidades

de su ser y saliera al mundo exterior le haría

gritar y chillar que todo aquello era una equivocación

y una injusticia y un grave error por el que alguien

pagaría tarde o temprano, o que sencillamente

le haría prorrumpir en llanto. No entendía cómo habían

podido llegar a aquella situación. Él estaba tan

tranquilo, jugando en su casa, con sus tres mejores

amigos para toda la vida, deslizándose por la barandilla

de la escalera, intentando ponerse de puntillas

para contemplar todo Berlín, y de pronto se encontraba

atrapado allí, en aquella casa fría y horrible con

tres criadas que hablaban en susurros y un camarero

de aspecto desdichado y malhumorado, donde parecía

que nadie podría estar alegre nunca.

—Bruno, he dicho que subas y deshagas las maletas

ahora mismo —le ordenó Madre con aspereza.

El supo que hablaba en serio, así que dio media

vuelta y se marchó sin decir nada más. Las lágrimas

se le acumulaban en los ojos, pero no permitiría que se

vertieran.

Subió al piso de arriba y se giró lentamente, describiendo

un círculo completo, con la esperanza de

descubrir una pequeña puerta o un armario que más

tarde podría explorar, pero no había nada. En aquella

23

planta sólo había cuatro puertas, dos a cada lado del

pasillo, enfrentadas. Una daba a su dormitorio, otra

al dormitorio de Gretel, otra al dormitorio de Madre

y Padre y otra al cuarto de baño.

—Este no es mi hogar y nunca lo será —masculló

al entrar en su habitación y encontrar toda su

ropa esparcida por la cama y las cajas de juguetes y

libros todavía por vaciar. Era evidente que Maria no

tenía claras sus prioridades—. Mi madre me ha dicho

que venga a ayudarte —dijo con voz-queda.

Maria asintió y señaló una gran bolsa que contenía

todos sus calcetines, camisetas y calzoncillos.

—Si quieres, separa todo eso y ve poniéndolo

en esa cómoda de ahí. —Señaló un feo mueble al

fondo de la habitación, junto a un espejo cubierto

de polvo.

Bruno suspiró y abrió la bolsa repleta de ropa interior.

Le habría encantado meterse dentro y confiar

en que cuando saliera habría despertado y se encontraría

de nuevo en su casa.

—«¿Tú qué piensas de todo esto, Maria? —preguntó

tras un largo silencio; siempre había sentido

simpatía por Maria, a quien consideraba una más de

la familia, pese a que Padre dijera que sólo era una

criada y con un sueldo excesivo, por cierto.

—¿De qué?

—De esto —dijo él, como si fuera lo más obvio

del mundo—. De que hayamos venido a un sitio

como éste. ¿No crees que hemos cometido un grave

error?

24

—Yo no soy nadie para opinar sobre eso, señorito

Bruno —repuso Maria—. Tu madre ya te ha explicado

que el trabajo de tu padre...

—Jo, estoy harto de oír hablar del trabajo de Padre!

Es de lo único que se habla, la verdad. El trabajo

de Padre no sé qué y el trabajo de Padre no sé cuántos.

Mira, si ese trabajo significa que tenemos que irnos

de casa y que tengo que dejar la barandilla de la

escalera y a mis tres mejores amigos para toda la vida,

creo que Padre debería replantearse su trabajo, ¿no te

parece?

Entonces se oyó un chirrido proveniente del pasillo.

Bruno se asomó y vio cómo se abría un poco la

puerta de la habitación de Madre y Padre. Se quedó

paralizado. Madre seguía abajo, lo cual significaba

que Padre estaba allí y que quizá hubiera oído lo que

Bruno acababa de decir. Se quedó mirando la puerta,

casi sin atreverse a respirar, temiendo que Padre saliera

de repente para llevárselo abajo y leerle la cartilla.

La puerta se abrió un poco más y Bruno dio un

paso atrás al ver aparecer una figura, pero no era Padre.

Era un hombre mucho más joven y más bajo que

Padre, aunque vestía el mismo tipo de uniforme, sólo

que sin tantos adornos. Estaba muy serio y llevaba la

gorra firmemente calada. Bruno vio que tenía el pelo

muy rubio alrededor de las sienes, de un rubio casi

artificial. Llevaba una caja en las manos y se dirigía

hacia la escalera, pero se paró un momento al ver a

Bruno allí plantado, observándolo. Lo miró de arriba

25

abajo como si fuera la primera vez que veía a un

niño y no estuviera muy seguro de qué hacer con él:

comérselo, hacer caso omiso de él o pegarle una patada

y echarlo escaleras abajo. Al final lo saludó con

un rápido gesto y siguió su camino.

—¿Quién era ése? —preguntó Bruno. Parecía un

joven tan serio y tan agobiado que debía de tratarse

de alguien muy importante.

—Uno de los soldados de tu padre, supongo

—contestó Maria, que al ver aparecer al joven se había

puesto muy tiesa y juntado las manos delante del

pecho como si rezara. En lugar de mirarlo a la cara,

había bajado la vista al suelo, como si temiera convertirse

en piedra si atisbaba sus ojos; no se relajó hasta

que el joven se hubo marchado—. Ya los iremos conociendo.

—Creo que no me cae bien. Parece demasiado

serio.

—Tu padre también es muy serio —observó Maria.

—Sí, pero él es Padre. Los padres han de ser serios.

Tanto da que sean verduleros, maestros, cocineros

o comandantes —añadió, enumerando todos los

trabajos que sabía que hacían los padres decentes y

respetables y sobre cuyos títulos había meditado en

numerosas ocasiones—. Y no me parece a mí que ése

sea un padre. Aunque se lo veía muy serio, eso sí.

—Bueno, es que tienen un trabajo muy serio

—suspiró la criada—. O al menos eso creen ellos. Pero

yo en tu lugar evitaría a los soldados.

26

—Aparte de eso, no veo qué otra cosa puedo hacer—

dijo Bruno con tristeza—. Ni siquiera creo que

haya alguien con quien jugar que no sea Gretel. Menudo

consuelo. Gretel es tonta de remate.

De nuevo sintió ganas de llorar, pero se contuvo,

pues no quería parecer un niño pequeño delante de

Maria. Echó un vistazo al dormitorio, intentando

descubrir algo interesante. No había nada, o al menos

eso parecía. Pero entonces le llamó la atención

una cosa. En el lado opuesto al de la puerta había una

ventana que arrancaba del techo y se prolongaba a

lo largo de la pared, parecida a la de la buhardilla de

la casa de Berlín, sólo que no estaba tan alta. Bruno la

miró y pensó que quizá podría ver por ella sin necesidad

de ponerse de puntillas.

Se acercó poco a poco, con la esperanza de divisar

Berlín y su casa y las calles aledañas y las mesas

donde los vecinos se sentaban a tomar sus bebidas espumosas

y contarse historias graciosísimas. Avanzó

despacio porque no quería llevarse un chasco. Pero

como aquél era el dormitorio de un niño, no tuvo que

caminar demasiado para llegar a la ventana. Pegó la

cara al cristal y vio lo que había fuera, y esta vez, si

bien sus ojos se abrieron desmesuradamente y sus labios

formaron una O, sus manos permanecieron pegadas

a los costados porque algo le hizo sentir un frío

y un temor muy intensos.

27