sábado, 18 de noviembre de 2017

Actividad 2. Bloque 3 Websites, apps y calculadora para Álgebra

RICARDO MAURICIO TENORIO RUIZ


ACTIVIDAD REALIZADA
b) Tu trabajo debe seguir los aspectos de análisis de la Pauta considerados para las categorías:
- Situaciones: La aplicación es buena ya que permite realizar la solución de las ecuaciones con el procedimiento realizado y el análisis de ecuaciones, permite desarrollar muchos ejemplos y comprender lo que se está resolviendo de forma fácil y práctica.
- Lenguaje: El lenguaje que utiliza es simple y de fácil uso por parte de las personas que lo requieren, pero además para las personas que requieran de un mayor nivel de complejidad también podrán utilizarlo de forma muy intuitiva.
- Técnicas: Al estar observando su funcionamiento es muy rápido pero además te da cierto contesto de las soluciones, aunque quizá para el nivel de secundaria el nivel de cómo se presentan ecuaciones es un poco alto, en referencia al leguaje que tiene.
- Conceptos: Para mi gusto quizá se podría gradualizar según sea el nivel de conocimientos de los posibles usuarios, en referencia a un leguaje más básico para el caso de secundaria e ir subiendo hasta los niveles más altos.
- Propiedades: LA referencia al uso de propiedades matemáticas puede ser una buena página Webb para la resolución de ec. De segundo grado, para que los estudiantes puedan comprar sus resultados una vez resueltas con todo su proceso es una buena herramienta.

Argumentos/justificaciones para su uso: Es importante acercarse al uso de tecnología e intentar explorar de una forma más formal el acercamiento a los alumnos a las TIC. Una de las razones más importantes del porque nos e ha hecho es por el alto costo que tienen y otra a la falta de capacitación de algunos de los docentes, para los alumnos es importante tener todas las habilidades y actitudes bien desarrolladas, ya que esto les permitirá estar mejor preparados en un mundo más competitivo.

3. Dirígete al Blog que habilitaste y desarrolla en él la entrada de información con todos los elementos y ejemplos de problemas significativos que te sea posible conseguir para al menos tres situaciones donde aplicarás el recurso resaltando los conceptos matemáticos aprendibles a través de él.

Antes de empezar es importante tomar en cuenta que:
Se integran equipos de 4 integrantes donde hay un alumno destacado, dos intermedios y uno de bajos resultados.
con los alumnos ya se trabajaron la solución de ecuaciones de segundo grado de diversas formas.
Situación 1
  1. Para poder ser usada con cada uno de los tipos de ecuaciones de segundo grado que son vistas en los planes y programas del 2011. 
  • Solución de ecuaciones de segundo grado incompletas de segundo grado.
  • Solución de ecuaciones de segundo grado por medio de factorización.
  • Solución de ecuaciones de segundo grado por medio de factor común. 
  • Solución de ecuaciones de segundo grado por medio de la formula general.
  • Solución de ecuaciones de segundo grado por medio de Discriminante y numero de soluciones.
una vez trabajados estos contenidos y observar que la mayoría de los alumnos pueden utilizar cada método de manera autónoma. Entonces se les proponen una seria de 15 ejercicio en los cuales tendrán que resolverlos primero en la libreta con sus procesos correspondientes y después utilizando la aplicación de la calculadora electrónica: http://es.onlinemschool.com/math/assistance/equation/quadratic/


Situación 2

Para aprender en 360º ahora se les darán una serie de 10 Ecuaciones de segundo grado, y lo primero que tendrán que hacer es resolverlas utilizando la calculadora electrónica, y tener los resultados, después se les pedirá que realicen los procedimientos necesarios y las resuelvan para que comprueben que son correctos, y luego tendrán que escribir sus conclusiones

Situación 3.

Para reforzar lo aprendido ahora se les darán 10 ecuaciones de segundo grado con algo que este incorrecto, ya sea el resultado o el procedimiento, después ellos utilizaran la calculadora digital para verificar los resultados y por ultimo tendran que buscar los errores en los procedimientos y corregirlos.

Con estas tres situaciones se trabaja de manera amplia con las Competencias que se favorecen el Resolver problemas de manera autónoma • Comunicar información matemática • Validar procedimientos y

resultados • Manejar técnicas eficientemente, que son todas las que marca el plan de matemáticas de secundaria del 2011.



3. Explora en la dirección  https://www.cerebriti.com/juegos-de-matematicas/ la app que ahí se oferta para jugar a descomponer números se llama ‘descomponiendo números’ identifica su aplicabilidad para cumplir el currículo vigente 2011 SEP de educación Secundaria en Aritmética.
A continuación considera el tutorial en la app Cerebriti que se ofrece en el sitio web del ministerio de educación español https://www.cerebriti.com/ para que consigas crear un juego con la finalidad de cumplir los lineamientos del tercer aprendizaje esperado del currículo vigente Educación Secundaria SEP 2011 del Bloque V del Tercer Año.
Dejo imagen de que ya está creado el juego y los envió a utilizarlo
https://www.cerebriti.com/usuario/ricardo-mauricio--tenorio/historial-creados/
entrar al siguiente dirección:
https://www.cerebriti.com y poner el nombre de ecuaciones cuadráticas 3
Describe a continuación en una entrada en tu Blog de aula:

- Propósito del juego: El propósito del juego es que los alumnos resuelvan y apliquen diferentes su conocimientos para la resolución de las diferentes ecuaciones cuadráticas de manera rápida para que desarrollen habilidades del pensamiento superior.
- Descripción que plantea la forma del juego: Para poder contestar las 5 ecuaciones tienen alrededor de 20 segundos, si ellos saben algunas de las características de las ecuaciones de segundo grado encontrar fácil la respuesta y les parecerá interesante y creativo.
- Descripción en máximo 10 pasos cómo lograste acceder al sitio y generar el juego para uso de tus alumnos.
1) busque el sitio.
2) me inscribí para poder ver lo que muestra todo el sitio.
3) jugué varios juegos para entender cómo se utiliza el sitio.
4) le puse crear un juego y analice el aprendizaje esperado, pero vi que sería complicado la parte de realizar graficas tal cual yo lo entendía.
5) pensé en varias estrategias pero me fui con la simple resolución de las ecuaciones.
6) Vi que hay 10 formas diferentes para poder diseñar un juego, eso me desilusión, porque no pude concretar la primera idea que tenía, pero también no conozco bien el sito.
7) Seleccione la que yo creo que se acoplaría más a estrategia.
8) Desarrolle las ecuaciones y los resultados, y después pase al juego.
9) Puse la información como el sitio me lo solicito.
10) Cerré el juego y vi que tan viable es, pero considero que será divertido y  retador.
11) No me dejo subir el link para que lo pudieran ver, porque dice que está en revisión, pero creo que funcionara bien.
El juego se llama cuadráticas 3













viernes, 17 de noviembre de 2017

La mala experiencia de la Educación en México

La mala experiencia de la Educación en México

El punto de partida es conocer los bajos resultados en las distintas evaluaciones de los estudiantes a nivel internacional provistas por la OCDE y al fracaso de la educación en México, si solo vemos números fríos la mayoría de los estudiantes están en el nivel uno tanto en las pruebas de Español como en Matemáticas, ese pudiera ser ante los ojos menos expertos el problema, pero en realidad el problema principal no es ese, sino todo lo que con lleva a que un alumno no desarrolle lo que se espera de él y por lo tanto, como no se desarrollo difícilmente podrán contestar con calidad y por ende el fracaso. Y a que nos referimos con lo que el alumno no desarrollo, pues bien esto será el punto de partida, ya que no se trata de satanizar ni echar las culpas,  más bien de analizar lo que podrían ser las áreas de oportunidad. Dividida entre los diferentes actores como son las Autoridades educativas, los directivos y docentes, los alumnos y padres de familia, pero el punto más importante las políticas gubernamentales.  Lo que haremos será analizar a cada uno de los actores y encontrar los puntos fuertes, pero sobre todo las áreas de oportunidad. 



miércoles, 7 de noviembre de 2012

ECUACIONES DE SEGUNDO GRADO FECTORIZACIÓN

ECUACIONES DE SEGUNDO GRADO POR EL MÉTODO DE FACTORIZACIÓN
RECUERDEN QUE X2 ES EQUIS AL CUADRADO
EJEMPLO
 X2 + 5X + 6 = 0
(X + 3) (X + 2) = 0
PARA X1     PARA X2
X+3 = 0         X+ 2 = 0
X = -3            X = -2

REALICEN SU TRABAJO CON CALIDAD LIMPIEZA

1) x2 + 8x + 12 = 0
2) x2 - 4x  -12 = 0
3) X2 +3X -28 =0
4) X2 -11X + 19 =0
5) X2 + 9X + 18 =0
6) X2 -11X+ 24 =0
7) X2 + 15X +56 =0
8) X2 + 4X + 3 = 0
9) X2 - 8X + 15=0
10) X2 - 7X + 10= 0
11) X2 - 12X + 35 = 0
12) X2 - 13X + 40 = 0
13) X2 - 5X -36 = 0
14) X2 - 7X -18 = 0
15 X2 + 7X + 12 = 0

martes, 4 de septiembre de 2012

Buda [Siddharta Gautama]


Buda
 [Siddharta Gautama]

Nació en la frontera entre Nepal y la India, cerca del año 560 AC, y murió en India en el 480 AC.  Fue el fundador del budismo.  Los datos biográficos acerca de la vida de Buda son escasos y fragmentarios, procedentes en su mayoría de tres grandes fuentes: los vinaya, los sutta-pitaka y el buddhacarita de Asvaghosa, todos ellos textos posteriores a su tiempo. 
Por otro lado, en su biografía se mezclan distintas leyendas y tradiciones, todo lo cual imposibilita el conocimiento exacto de fechas y actos.  Hay, sin embargo, cierto consenso en ubicar el nacimiento de Buda en el seno de una familia de casta elevada.  Su padre, Suddhodana, era monarca de los Sakya, clan de la región de Kapilavastu.  A su madre, Maya, Buda no llegó a conocerla, pues falleció una semana después de que él naciera.
Tras una infancia y una adolescencia propias de su procedencia cortesana, Buda contrajo matrimonio con su prima Yasodhara, con quien tuvo un hijo varón al que llamaron Rahula.  A los veintinueve años, hastiado de su condición principesca y muy afectado por los sufrimientos de sus semejantes, decidió abandonar el palacio paterno para encontrar la causa del dolor humano y una vía hacia la libertad. 
Con este fin, Buda se entregó al ascetismo más riguroso, del cual, sin embargo, no extrajo ningún conocimiento.  Tras varios años de infructuosa meditación, el día de luna llena de Vesakha (mayo del 523 AC) Buda se sentó bajo una higuera sagrada en Uruvela, a orillas de un afluente del río Ganges, dispuesto a no moverse de allí hasta alcanzar el verdadero conocimiento.  Este le sobrevino durante la noche, una vez superadas las tentaciones que para alejarlo de su fin dispuso el dios Mara.  Gautama obtuvo la iluminación y se convirtió desde entonces en el Buda, que significa, El Iluminado.  A partir de aquel instante, dedicó el resto de su existencia a predicar el dharma, es decir, la doctrina o ley suprema de todas las cosas.
Sus primeros discípulos fueron cinco ascetas, antiguos compañeros suyos, ante quienes pronunció en Benarés su primer sermón, conocido como Discurso sobre el Movimiento de la Rueda del Dharma, y en el cual Buda explicó por vez primera la doctrina de las Cuatro Verdades.  Estos cinco ascetas fueron los primeros integrantes de la sangha («la comunidad»), la cual fue ampliándose durante los siguientes años, dedicados íntegramente por Buda a la difusión de la nueva fe y a la organización de la bhikku, la comunidad monástica del naciente budismo.
Tras escapar de un intento de asesinato a manos de su primo Devadatta, acontecido ocho años antes de su muerte, y conseguida la conversión de su esposa y su hijo a la nueva doctrina, Buda enfermó de disentería, dolencia que le produjo la muerte a los ochenta años de edad.  Su cuerpo fue incinerado y sus cenizas y reliquias, que con el tiempo fueron objeto de culto, se repartieron entre sus discípulos más avanzados o fueron encerradas en diez stupas o monumentos funerarios.
Buda no dejó ninguna obra escrita.  Sus enseñanzas se transmitieron oralmente hasta su transcripción, cuatro siglos después, en el Canon Pali.  La nueva doctrina revelada por él otorgaba un papel secundario al conjunto de divinidades, estaba abierta a los miembros de todas las clases sociales y defendía que el ser está sometido al samsara (la rueda de los nacimientos y las muertes), en movimiento hasta que la acción (karma) no la detenga.  Por karma se entiende que es el destino de un ser vivo condicionado por los actos realizados en sus vidas anteriores. 
De este planteamiento inicial surgen las Cuatro Verdades Nobles: el mundo es sufrimiento; éste deriva de los deseos humanos; el único camino hacia la salvación pasa por la renuncia voluntaria al deseo; la salvación se consigue por medio de ocho principios nobles.  Estos son: la comprensión recta, el pensamiento recto, la palabra recta, la acción recta, el medio de existencia recto, el esfuerzo recto, la atención recta y la concentración recta.  Cuando el ser humano los aplica se consigue la vía media, que abre las puertas a una existencia equilibrada.  El objetivo final de la existencia es el nirvana, al cual se llega tras el agotamiento del karma y de la perenne cadena de las reencarnaciones.
Basado en texto de:   www.terra.es/personal8/biografia  y  www.britannica.com
Algunas de sus historias
Anciana Mendiga
En la época de Buda vivió una anciana mendiga llamada
―Confiar en la Alegría‖. Esta mujer observaba cómo reyes, príncipes y demás personas hacían ofrendas a Buda y sus discípulos, y nada le habría gustado más que poder hacer ella lo mismo. Así pues, salió a mendigar, y después de un día entero sólo había conseguido una monedita. Fue al vendedor de aceite para comprarle un poco, pero el hombre le dijo que con tan poco dinero no podía comprar nada. Sin embargo, al saber que quería el aceite para ofrecérselo a Buda, se compadeció de ella y le dio lo que quería. La anciana fue con el aceite al monasterio y allí encendió una lamparilla, que depositó delante de Buda  mientras le expresaba este deseo:
 – No puedo ofrecerte nada más que esta minúscula lámpara. Pero, por la gracia de esta ofrenda, en el futuro sea yo bendecida con la lámpara de la sabiduría. Pueda yo liberar a todos los seres de sus tinieblas. Pueda purificar todos sus oscurecimientos y conducirlos a la iluminación‖ A lo largo de la noche se agotó el aceite de todas las demás lamparillas, pero la de la anciana mendiga aún seguía ardiendo al amanecer cuando llegó. Maudgalyayana, discípulo de Buda, para retirarlas. Al ver que aquella todavía estaba encendida, llena de aceite y con una mecha nueva, pensó: ‖No hay motivo para que esta lámpara permanezca encendida durante el día‖, y trató de apagarla de un soplido. Pero la lámpara continuó encendida. Trató de apagarla con los dedos, pero siguió brillando. Trató de extinguirla con su túnica, pero aun así siguió ardiendo.

El Egoísmo
El primer ministro de la dinastía Tangera un héroe nacional por su éxito como estadista y líder militar. Pero a pesar de su fama, poder, y riqueza, se consideraba a sí mismo como un humilde y devoto budista. Visitaba a menudo a su maestro preferido de Zen para estudiar bajo su instrucción, y parecían llevarse muy bien. El hecho de que era primer ministro no tenía, aparentemente, ningún efecto en su relación, la cual parecía ser simplemente una de un reverendo maestro y un respetuoso estudiante. Un día, durante su usual visita, el primer ministro le preguntó al maestro, "Su Reverencia, según el Budismo ¿qué es el egoísmo?". La cara del maestro se puso roja, y en un tono de voz muy condescendiente e insultante, increpó a modo de respuesta, "¿¡Qué clase de pregunta estúpida es ésa!?".Esta imprevista respuesta conmocionó tanto al primer ministro que llegó a fruncir el ceño y a enfadarse. Entonces el maestro de Zen sonrió y dijo, "ÉSTO, Su Excelencia, es egoísmo.

Buda, que había estado contemplando la escena, le dijo:
 –  ¿Quieres apagar esa lámpara, Maudgalyayana? No podrás. No podrías ni siquiera moverla, y mucho menos apagarla. Siderramaras toda el agua del océano sobre ella, no se apagaría. El agua de todos los ríos y lagos del mundo no bastaría para extinguirla.
 –  ¿Por qué no?
 – Porque esta lámpara fue ofrecida con devoción y con pureza de mente y corazón. Y esa motivación la ha hecho enormemente beneficiosa. Cuando Buda terminó de hablar, la mujer se le acercó, y él profetizó que en el futuro llegaría a convertirse en un buda
 perfecto llamado ―Luz de la lámpara‖. Así pues, es nuestra motivación, ya sea buena o mala, la que determina el fruto de nuestros actos. Shantideva dijo:"Toda la dicha que hay en este mundo, Toda proviene de desear que los demás sean felices; Y todo el sufrimiento que hay en este mundo,
Todo proviene de desear ser feliz yo‖
Puesto que la ley del karma es inevitable e infalible, cada vez que perjudicamos a otros nos perjudicamos directamente a nosotros mismos, y cada vez que les proporcionamos felicidad, nos proporcionamos a nosotros mismos felicidad futura.




INTELIGENCIA.
Usa tu inteligencia para buscar las cosas donde están y no donde no están, incluso si está oscuro. Busca dentro de tí. Una tarde la gente vio a Rabiya buscando algo en la calle frente a su choza. Todos se acercaron a la pobre
anciana,‖¿Qué pasa?‖
-le preguntaron-
‖¿qué estás buscando?‖.―Perdí mi aguja‖, dijo ella. Y todos la ayudaron a buscar la. Pero alguien le preguntó: ―Rabiya, la calle es larga, pronto no habrá más luz. Una aguja es algo muy pequeño ¿porqué no nos dices exactamente dónde se te cayó?‖.―Dentro de mi casa‖, dijo Rabiya.―¿Te has vuelto loca?‖ -preguntó la gente- ‖Si la aguja se te ha caído dentro de tu casa, ¿porqué la buscas aquí afuera?‖.―Porque aquí hay luz, dentro de la casa no Hay‖.―Pero aún habiendo luz, ¿cómo podremos encontrar la aguja aquí si no es aquí donde la has perdido? Lo correcto sería llevar una lámpara a la casa y buscar allí la aguja‖.
Y  Rabiya se rió. ―Sois tan inteligentes para las cosas pequeñas ¿cuándo vais a
utilizar esta inteligencia para vuestra vida interior?

Os he visto a todos buscando afuera y yo sé perfectamente bien, lo sé por mi propia experiencia que lo que buscáis está perdido dentro. Usad vuestra inteligencia ¿porqué buscáis la felicidad en el mundo externo? ¿Acaso lo habéis perdido allí?‖.Se quedaron sin palabras y Rabiya desapareció dentro de su casa.

Ni tú ni yo somos los mismos
El Buda fue el hombre más despierto de su época. Nadie como él comprendió el sufrimiento humano y desarrolló la benevolencia y la compasión. Entre sus primos, se encontraba el perverso Devadatta, siempre celoso del maestro y empeñado en desacreditarlo e incluso dispuesto amatarlo. Cierto día que el Buda estaba paseando tranquilamente, Devadatta, a su paso, le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina, con la intención de acabar con su vida. Sin embargo, la roca sólo cayó al lado del Buda y Devadatta no pudo conseguir su objetivo. El Buda se dio cuenta de los sucedido y permaneció impasible, sin perder la sonrisa de los labios. Días después, el Buda se cruzó con suprimo y lo saludó afectuosamente. Muy sorprendido, Devadatta preguntó: -¿No estás enfadado, señor?-No, claro que no. sin salir de su asombro, inquirió:-¿Por qué? Y el Buda dijo:-Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando fue arrojada. El Maestro dice: Para el que sabe ver, todo es transitorio; para el que sabe amar, todo es perdonable

lunes, 3 de septiembre de 2012

EJERCICIOS ESPECIALES DE FACTORIZACIÓN


Factoriza las siguientes expresiones algebraicas.
     A)     4X (-3X+2)=
B)      3XY (2X – 5XY +4)=
C)      8X⁸+ 4X⁵-5 X⁴=
D)     10 X⁷ + 5 X ⁵ +2 X⁴=
E)      10 X⁶ -4 X⁴Y + 15 X⁴ =
F)      20 X⁶Y – 30X⁸Y + 18 X⁴Y⁴=
G)     2X⁷ – 4 X⁸ +6X⁴ – 8X⁸⁹=
H)     10X⁸Y⁵ + 30 X⁴Y⁶Z – 15 X⁹Y⁷ =
I)        15X⁶ -30 X⁵Y + 50 X⁹ =
J)       20 A⁴ + 4 A⁵B⁷ – 10 A⁵⁴C⁷=
K)      3x² + 6 x³ – 12 x⁷y ³=
L)       7 x³z + 21 x⁷y + 28 x⁶y
M)   -20 a³b²c⁴ + 80 a⁵b²c⁹ – 50 a⁴b²c³d⁹ + 30 a⁸b³c⁹ =
N)     -5 x³y² + 6 x⁴y⁵ – 11 x⁷y⁶z⁸=
O)     4x³y ²+ 8  x⁴y⁵z⁹ – 12x⁶y³z + 10 x⁷y⁵ =
P)      2x⁷ – 18 x⁹yz=
Q)     100 x³y²z⁹ + 200 x⁹y⁴z⁶w + 50 y⁵z⁸=
R)      10 w⁴y⁵ + 20 x²y⁶w³ + 15 y⁵w⁶ – 30 w⁹y⁸x²=
S)      11 r⁷t³ + 22 r²t⁵k – 33r⁸t⁷ =
T)      10 x⁴y⁵z⁶ – 20 x²⁴y⁹ + 30 x⁷y ⁸+ 50 x⁵y⁶z⁹=

domingo, 19 de agosto de 2012

"ESTA MAÑANA" MARIO BENEDETTI

ESTA MAÑANA

POR MARIO BENEDETTI

Lo han arrojado del sueño con la piel estirada, los ojos desmesuradarnente abiertos a la luz inmóvil que aletarga el cuarto. Puede reconocerse, sin embargo, nombrarse en alta voz. No bien dice «Jorge», retrocede el hechizo. Entonces le es dado adivinar relativamente lejos su propio pie sosteniendo la sábana, y, más cerca, su mano izquierda, sola, dormida aún, abandonada sobre el pecho, junto a La estancia vacía, de Morgan, abierto en la página ciento cincuenta y tres. Cuando la otra mano, la derecha, vuelve a tomar el libro entre sus dedos -el pulgar inmiscuido entre las hojas como otro lector- Jorge prueba a leer: «Se lo dije porque las palabras estaban llenas de vida para mí. ¿No ha escrito usted nunca una carta sin la intención de mandarla, y la ha puesto en un sobre sin la intención de mandarla, y ha salido con ella... todavía sin el propósito de enviarla; y entonces ha oído cómo caía en el buzón?» Sí, esto puede entenderse. Él sabe por qué se ha detenido allí y aceptado el tema. Además, se conoce resistente y lúcido, lo suficiente como para aplazar hasta hoy, si no la interpretación, al menos la continuación de cierto anhelo de la víspera.

Todavía sin plan, todavía desordenado y hosco, aparta la sábana con un ademán lento y se sienta en la cama, los pies apoyados sobre el piso desnudo, lejos de la alfombra. Es el momento oportuno para acercar los zapatos, los arqueados zapatos negros. Pero no acaba de decidirse. Mientras el frío de las baldosas va piernas arriba, caderas arriba, hasta lamer el vaho tibio de la cama, que aún perdura en su espalda, en su pecho, en sus hombros, conserva todavía en la cabeza -no tanto en la memoria- el sonido y el olor de anteayer, el olor y el sonido de la figura aborrecida y admirada, del hombre alto, calvo y afeitado, con el enorme vientre desafiante y las piernas firmes, un poco separadas. Aborrecido y admirado, no. Ni aborrecer ni admirar. Más bien sentir en la conciencia... menos que eso, en la boca, en las manos, en los ojos, la justificación del propio pudor, el asco indiferente hacia el hombre alto.

Quién sabe hasta dónde puede, podría obstinarse el pudor. Subsiste, pese al retroceso de los pensamientos, pese al estancamiento o la deformación de la vergüenza. El pudor tira hacia sí, porque es una especie de raíz de la raíz. Acaso, finalmente, el único camino hacia el altruismo.

Uno toma los calcetines de la víspera -pasos, umbrales, escalones-, uno toma los calcetines e introduce en cada uno de ellos el pie frío, violáceo de varices pequeñas, endurecido. Si comienza a vestirse es porque ha resuelto esquivar el baño matinal, por un inexplicable temor supersticioso a quedarse limpio de todo lo maquinado hasta ayer. Quedarse limpio, ¿por qué?, ¿de qué? Uno no tiene mayormente dudas sobre el fondo, sobre el origen, sobre el color moral del asunto. Las dudas -no vacilaciones: uno puede vacilar en dudar o lanzarse de lleno a la duda-, las dudas sólo son acerca del procedimiento, de detalles del procedimiento.

Sentirse vestido es, en cierto modo, acabar de despertarse. Ayuda a ayudarse, a desalojar la inseguridad, a ser. Uno se siente vestido y se halla listo para gobernar la mirada, para encerrarse en uno o para salir de uno, para agonizar irremediablemente o para estallar en la rutina. Percibe cómo la sangre reconoce su mundo y corre y vive. Y uno se siente vivir al ritmo de la sangre: aunque parezca mentira, uno se siente vivir al ritmo de la propia sangre. Aunque parezca mentira, la sangre también conserva el sonido y el olor de anteayer, cuando el hombre alto, calvo y afeitado que se llama Gálvez irrumpió en la sala de escritorios verdes y metálicos (todos estaban comentando el último partido y la original y atrevida tesis de Menéndez acerca del sistema M-W se basaba enteramente en la sabiduría de un comentarista de radio) y nadie supo que estaba allí, a tal punto que Silva le rozó el vientre enorme y desafiante al intentar reproducir la ejecución de un córner. Pero él quiso apoyarse, él, Gálvez, quiso apoyarse, antes de hablar, en un poco de desprecio, y para ello sonrió. Y estuvo bien, porque los otros oyeron la sonrisa y entendieron que debían sentarse cada uno detrás de su escritorio verde. Jorge le vio mover las cejas, que Gálvez movió porque Jorge lo miraba. Y cuando dijo «Ayolas», Jorge no dijo nada y los demás miraron y nada más. Era algo inexplicable, porque los otros pensaban: «Éste es Jorge Ayolas y no dice nada. » Y entonces Gálvez se irguió de veras y el vientre grande se estiró un poco al aumentar la distancia entre los muslos y las costillas. Y preguntó: «¿Por qué no vino ayer?» pero más bien preguntaba: «¿Usted se ha dado cuenta?», aunque en rigor él dijo lo otro y casi todos entendieron lo otro. Jorge sí podía entender, porque conocía al hombre alto, calvo y afeitado, y cuando estaba con él en el despacho, se olvidaba a veces de Jorge y actuaba y hablaba y pensaba como si Jorge no estuviera a sus espaldas, escribiendo o simplemente mirando la máquina.

Como ahora mira la taza blanca. Desde que desayuna con té-con-leche, siente el placer fácil de contemplar la taza blanca, rodeada de platillos con manteca, queso, dulce, pan tostado. Es un momento de intimidad, de soledad provechosa y desnuda. Se trata de algo simplemente creador, esto de acomodar la manteca en la rebanada, esto de dejar penetrar lentamente en el líquido los terrones de azúcar que sostiene la cucharilla. Ahora, con la taza a la altura de la boca y a través de su aureola humeante, puede verse la ventana de cielo, puede verse la ventana de nubes. Uno tiene en las manos el color de su día: rutina o estallido. Mas, para empezar, uno tiene en las manos el olor y el sonido de anteayer, cuando el hombre alto, calvo y afeitado preguntó: «¿Por qué no vino ayer?» Nada había para responder. Porque Gálvez se dirigía a Jorge Ayolas y --claro-- había olvidado que cuando entró en la sala ellos comentaban el último partido. Jorge entonces hizo eso. Se levantó y pasó frente a Gálvez sin decirle nada y salió hacia el despacho. Allí estaban los dos correveidiles: uno contador y otro periodista. Teclas importantes del teclado de Gálvez. Sabían conseguir. El contador conseguía mujeres. El periodista conseguía noticias. Solían desmedrarse con un odio recíproco y Gálvez extraía de la callada competencia un beneficio al margen: que a veces el contador consiguiera noticias, que a veces el periodista consiguiera mujeres. Cuando Gálvez regresó al despacho, los saludó --contra su costumbre- por encima del hombro. Ambos sintieron, cada uno a su modo, tímida nostalgia por la amistosa palmadita de siempre, por el alegre «¿Cómo va eso?», por el interesado «¿Qué novedades?» con que el jefe indicaba que podían comenzar. Se abstuvieron. Algo lamentable, porque el contador sabía de una rubia de órdago, probablemente de no imposible acceso, y para mayores garantías, casada. Algo lamentable, porque el periodista traía la buena nueva de que el Ministro aceptaba la modificación del artículo tercero, exigiendo solamente la participación de un inesperadamente módico treinta-por-ciento de los beneficios que el cambio proporcionaría a Gálvez. El periodista pensaba que el Ministro hacía mal en pedir ahora un porcentaje tan por debajo del tácito arancel, pero la verdad era que el Ministro «no quería comprometerse demasiado».

Ahora que Jorge va en ómnibus, por la Avenida, el espectáculo lo distrae de nuevo, mejor dicho, lo trae de su distracción. En la plataforma, la gente arracimada grita, bromea, maldice. Más adentro, Jorge hunde irremediablemente su nariz en la plétora de unos senos horizontales. Delante suyo. Jorge ve una cruz. Es la cruz que teóricamente debería colgar del pescuezo de la señora y que prácticamente se apoya en la meseta de carne hundible, de carne de sudor y agua colonia. Cuando en la Plaza Independencia bajen veinticinco o treinta pasajeros, acaso quede entonces espacio suficiente como para mover un poco la cabeza, a tiempo todavía para ver al guarda eructando provechosamente sobre la calvicie total de un viejo breve y deslomado. Mientras tanto (todavía está en Dieciocho y Paraguay) uno puede probar a apartarse de la obsesión de esta cruz que no es la de Cristo. La de Cristo estaba erguida y acusaba al cielo. La de la señora está echada y apunta al húmedo gaznate. Uno puede probar a apartar la atención de la cruz obsesionante, uno puede probar a rehallar el sonido y el olor de anteayer bajo las capas actuales del freno chirriante, del olor a sudoraguacolonia. Uno puede probar y ver a Gálvez revisando las cuentas, aparentemente revisando las cuentas y realmente pensando en que Jorge Ayolas está a sus espaldas, en que Jorge Ayolas sabe que él pasó dos noches con Celeste, que el periodista le consiguió a Celeste, que él pasó dos noches con Celeste, que el periodista le mintió a Celeste, dos noches con Celeste... Probar y ver a Gálvez levantándose y abriendo un cajoncito lateral que siempre está con doble llave y dejarlo esta vez un poco abierto y ver asomar por la rendija una culata de revólver y una novela de Pitigrilli. Probar y ver a Gálvez extrayendo del cajón un frasco con pastillas y luego cerrarlo sin pasar la llave. (Dos noches con Celeste.) Gálvez era amable, tibio, campechano (frío, egoísta, indiferente). Sabía serio (no lo sabía). Pero esta vez estaba tieso; sincera, inevitablemente tieso. Jorge podía mirarle la nuca, la nuca desnuda y sin coraje (... sin pasar la llave ... ), no sabía qué miedo trémulo sobre los hombros, qué antigua incertidumbre en las manos junto a aquel expediente que nadie lee. (Dos noches con Celeste.)

Ahora Jorge camina por Sarandí. «Soy otro», dice. Y lo es. El hombre que le precede, el hombre de gacho verde y traje gris, el hombre y él tienen algo para oír en común. Un chico que habla detrás de ellos. La voz del chico parece la de un grande que imita a un chico. Naturalmente, inhábil. Naturalmente, tonto. «Soy otro», dice. Y lo es (... sin pasar la llave ... ), La muchacha de adelante tiene piernas bonitas, bien torneadas, algo de timidez en las caderas. Tiene su propia dignidad. Uno puede pensar a capricho, puede formularse alguna invitación, puede hacer lo corriente. Pero esta mujer joven tiene su propia dignidad. Uno debe limitarse a mirar el pelo casi suelto rozándole la espalda, es decir, rozándole el saquito celeste, el saquito de lana celeste. Celeste. Celeste tiene mejores piernas, Celeste no tiene caderas tímidas. Uno no sabe si Celeste tiene su propia dignidad. La simpatía es, naturalmente, otra cosa. Uno se siente a gusto en la simpatía. Pero, naturalmente, es otra cosa. (Dos noches con Celeste.) Uno tiene que decidir. La dignidad pesa. La simpatía también pesa. Uno tiene que saber lo que hace «... y ha salido con ella... todavía sin el propósito de enviarla». Eso decía el libro de Morgan. De todas maneras, Celeste era algo. A veces, por la tarde, Jorge salía con ella, y hablaban. Alguna vez, la llevaba a la confitería y hablaban. Él no podía confiarse ni confiar. Tenía fe sin embargo en lo que ella no decía, en lo que ella ocultaba pensando que debía tener vergüenza y mientras pronunciaba correctas tonterías, impúdicamente correctas tonterías. Jorge tenía fe en su sinceridad -la de Celeste-, había apostado a favor de esa sinceridad débil y embrionario, contra la hipocresía robusta y evidente. Claro que si ella era hipócrita, la hipocresía era su sinceridad. No obstante, él creía creer que la sinceridad era su sinceridad.

El reloj de la Matriz da las nueve. Jorge dice: «Soy otro.» Y lo es. Hay algo manso y a la vez definido en su ser de ahora. (Dos noches con Celeste.) Había esperado moldearla de nuevo, mejor aún, poner su contenido en otro molde. Los elementos eran buenos, eran queridos, podían ser amados. Sólo faltaba hallar otra combinación. Una combinación que no fatigara al pudor. Al pudor de Jorge, dato. Tal vez por eso no la había besado nunca. Antes debía educarla para el beso. Para que no se engaña inconscientemente. Para que no besara sólo con los labios. Había esperado en sí mismo la emoción del esfuerzo, el conflicto entre educador y autoeducador. Cuántas veces había deseado oprimir la cintura imprudente. Cuántas veces lo había deseado sin deseo. Pero ella no tenía un talle tímido. Había esperado hacerla menos deseable, para desearla. Había querido aligerarla de un lastre inútil, de un inútil sobrante de sexualidad. En rigor, había querido dejarle su sexo a solas, un sexo puro sobre el que levantar el sentimiento. Había esperado amarla en lo que creía creer que era, y nada más. Que ella no inventara, que ella no agregara algo -pensando que era sexo- a su sexo a secas. La quería sin suburbios, sin sexo de pensamiento, sin sexo de imaginación, con su sexo a secas.

Ahora la oficina está un poco agitada. Todos creen saber algo. Aunque hablan del próximo paro del transporte, todos creen saber algo. Lo del paro es el recurso a que se echa mano cuando viene Gálvez, cuando se acerca Ayolas. Lo del paro es un tema de urgencia para cuando no se habla de Gálvez o de Ayolas. Los expedientes llegan, pero no se trabaja con los expedientes. Hay temas, hay asunto, hay comidilla. El clan moviliza sus veedores, el clan formula sus teorías, el clan divídese en varios clanes. «Gálvez sabe lo que hace. » «Ayolas cayó en desgracia.» «Es un inadaptado.» «Gálvez tiene la sartén por el mango.» «Al otro no lo cazan así nomás.» «¿Será a causa de Celeste?» Ellos están suaves con Ayolas. No quieren comprometerse. No le discuten. Él dice «Soy otro». Y lo es. (Dos noches con Celeste.) Frente al escritorio verde, frente al escritorio verde percibe, se siente cercado por el sonido y el olor de anteayer, cuando Gálvez quiso hablarle sereno, en el despacho, quiso serenamente entrar en su papel de cínico de afición, y por eso mismo tanto más admirable. Y le dijo: «¿Qué tal va eso, Ayolas? ¿Cómo van esas conquistas? A su edad -¡qué carajo!-, a su edad yo solía ... » Pero no solía porque "vez no tuvo jamás la edad de Jorge, porque no tuvo nunca el pudor de la edad de Jorge Ayolas. «A su edad, yo solía atraer a las mujercitas -las buenas inclusive- como la miel sus moscas. A su edad... (... el cajón cerrado, sin pasar la llave ... ). Ahora me he tranquilizado. Soy un hombre de hogar.» (Dos noches con Celeste.) El periodista y el contador habían sonreído, habían hallado a Jorge realmente cómico en su papel de callado dueño de Celeste, habían recogido íntegramente la abultada ironía del jefe.

Jorge Ayolas está nuevamente en el despacho. Solo. «Soy otro», dice. Y lo es. Uno puede pensar fríamente. Uno puede pensar fríamente en todo esto. Hay dos hechos. El hecho Gálvez y el hecho Celeste. Aunque le afecte, el hecho Celeste puede quedar así. Ella seguirá trabajando en la Oficina. Acaso Gálvez la traslade a su despacho y a él lo mande al Archivo. Ella resultó sincera en su hipocresía. Uno sólo puede culparse a sí mismo. Basta. El hecho Gálvez no le afecta. Lo ve con serenidad. Sin duda, es un brote epidémico. No le odia, sin embargo. ¿Por qué va a odiarle? ¿Porque pasó dos noches con Celeste? No, por cierto. ¿Porque anteayer se burló de él frente a los adulones? No, por cierto. El burlado fue Gálvez. Ayer Jorge no vino, para pensarlo mejor. Ayer lo pensó bien. Hoy lo sabe. «¿No ha escrito usted nunca una carta sin la intención de mandarla, y la ha puesto en un sobre sin la intención de mandarla, y ha salido con ella... todavía sin el propósito de enviarla, y entonces ... » Ahora es la voz de Gálvez, del hombre alto, calvo y afeitado, con un enorme vientre desafiante y las piernas firmes, un poco separadas. (Dos noches con Celeste.) Escasamente a un metro de su mano, a medio metro quizá, está el cajón sin llave. Está el cajón sin llave. Está el revólver. Uno piensa en lo que uno pensó, en lo que uno pensaba. Que la religión puede ser útil y perjudicial, según el temperamento de cada uno. Que la religión es útil cuando no puede hallarse la conciencia, cuando es un sucedáneo de la conciencia. Esto... abrir el cajón... esto Esto ESTO ¿es la conciencia? ("vez.) ¿Hay Dios? (Cayó.) ¿Es la conciencia? (Cayó de espaldas.) ¿Hay Dios? ( ... «y entonces ha oído cómo caía en el buzón»)... ¿Es la conciencia? (Sangra. Naturalmente, sangra.) ¿Dios? (Las piernas no están ya firmes ni separadas.) ¿La conciencia? (Bueno.) ¿Dios? (Bueno, está hecho.) ¿La conciencia? (El pudor. Sí. El pudor.)

Entran. Ya entran. Son todos ellos. Menéndez, el primero. Tiene una teoría sobre... Ella está también. Son veinte. Treinta. Ella está también... Ella. Celeste. Mueve los labios. Pero él lo sabe. Ella dijo: «Asesino.» Ella pensó: «Asesino.» Mejor. Algo menos para que uno rumie. Algo menos para que uno extrañe. Algo menos, sin duda... Mejor. Así nadie se da cuenta que uno está llorando, que uno no se da cuenta que uno está llorando.

«Soy otro», dice. Pero no lo es.

sábado, 14 de julio de 2012

UN SEÑOR VIEJO CON UNAS ALAS ENORMES

Un señor muy viejo con unas alas enormes, cuento de García Márquez

Referencia: Un señor muy viejo con unas alas enormes, cuento de García Márquez
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Al tercer día de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro de la casa, que Pelayo tuvo que atravesar su patio anegado para tirarlos al mar, pues el niño recién nacido había pasado la noche con calenturas y se pensaba que era causa de la pestilencia. El mundo estaba triste desde el martes. El cielo y el mar eran una misma cosa de ceniza, y las arenas de la playa, que en marzo fulguraban como polvo de lumbre, se habían convertido en un caldo de lodo y mariscos podridos. La luz era tan mansa al mediodía, que cuando Pelayo regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le costó trabajo ver qué era lo que se movía y se quejaba en el fondo del patio. Tuvo que acercarse mucho para descubrir que era un hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes alas.
Asustado por aquella pesadilla, Pelayo corrió en busca de Elisenda, su mujer, que estaba poniéndole compresas al niño enfermo, y la llevó hasta el fondo del patio. Ambos observaron el cuerpo caído con un callado estupor. Estaba vestido como un trapero. Le quedaban apenas unas hilachas descoloridas en el cráneo pelado y muy pocos dientes en la boca, y su lastimosa condición de bisabuelo ensopado lo había desprovisto de toda grandeza. Sus alas de gallinazo grande, sucias y medio desplumadas, estaban encalladas para siempre en el lodazal. Tanto lo observaron, y con tanta atención, que Pelayo y Elisenda se sobrepusieron muy pronto del asombro y acabaron por encontrarlo familiar. Entonces se atrevieron a hablarle, y él les contestó en un dialecto incomprensible pero con una buena voz de navegante. Fue así como pasaron por alto el inconveniente de las alas, y concluyeron con muy buen juicio que era un náufrago solitario de alguna nave extranjera abatida por el temporal. Sin embargo, llamaron para que lo viera a una vecina que sabía todas las cosas de la vida y la muerte, y a ella le bastó con una mirada para sacarlos del error.
- Es un ángel –les dijo-. Seguro que venía por el niño, pero el pobre está tan viejo que lo ha tumbado la lluvia.
Al día siguiente todo el mundo sabía que en casa de Pelayo tenían cautivo un ángel de carne y hueso. Contra el criterio de la vecina sabia, para quien los ángeles de estos tiempos eran sobrevivientes fugitivos de una conspiración celestial, no habían tenido corazón para matarlo a palos. Pelayo estuvo vigilándolo toda la tarde desde la cocina, armado con un garrote de alguacil, y antes de acostarse lo sacó a rastras del lodazal y lo encerró con las gallinas en el gallinero alumbrado. A media noche, cuando terminó la lluvia, Pelayo y Elisenda seguían matando cangrejos. Poco después el niño despertó sin fiebre y con deseos de comer. Entonces se sintieron magnánimos y decidieron poner al ángel en una balsa con agua dulce y provisiones para tres días, y abandonarlo a su suerte en altamar. Pero cuando salieron al patio con las primeras luces, encontraron a todo el vecindario frente al gallinero, retozando con el ángel sin la menor devoción y echándole cosas de comer por los huecos de las alambradas, como si no fuera una criatura sobrenatural sino un animal de circo.
El padre Gonzaga llegó antes de las siete alarmado por la desproporción de la noticia. A esa hora ya habían acudido curiosos menos frívolos que los del amanecer, y habían hecho toda clase de conjeturas sobre el porvenir del cautivo. Los más simples pensaban que sería nombrado alcalde del mundo. Otros, de espíritu más áspero, suponían que sería ascendido a general de cinco estrellas para que ganara todas las guerras. Algunos visionarios esperaban que fuera conservado como semental para implantar en la tierra una estirpe de hombres alados y sabios que se hicieran cargo del Universo. Pero el padre Gonzaga, antes de ser cura, había sido leñador macizo. Asomado a las alambradas repasó un instante su catecismo, y todavía pidió que le abrieran la puerta para examinar de cerca de aquel varón de lástima que más parecía una enorme gallina decrépita entre las gallinas absortas. Estaba echado en un rincón, secándose al sol las alas extendidas, entre las cáscaras de fruta y las sobras de desayunos que le habían tirado los madrugadores. Ajeno a las impertinencias del mundo, apenas si levantó sus ojos de anticuario y murmuró algo en su dialecto cuando el padre Gonzaga entró en el gallinero y le dio los buenos días en latín. El párroco tuvo la primera sospecha de impostura al comprobar que no entendía la lengua de Dios ni sabía saludar a sus ministros. Luego observó que visto de cerca resultaba demasiado humano: tenía un insoportable olor de intemperie, el revés de las alas sembrado de algas parasitarias y las plumas mayores maltratadas por vientos terrestres, y nada de su naturaleza miserable estaba de acuerdo con la egregia dignidad de los ángeles. Entonces abandonó el gallinero, y con un breve sermón previno a los curiosos contra los riesgos de la ingenuidad. Les recordó que el demonio tenía la mala costumbre de recurrir a artificios de carnaval para confundir a los incautos. Argumentó que si las alas no eran el elemento esencial para determinar las diferencias entre un gavilán y un aeroplano, mucho menos podían serlo para reconocer a los ángeles. Sin embargo, prometió escribir una carta a su obispo, para que éste escribiera otra al Sumo Pontífice, de modo que el veredicto final viniera de los tribunales más altos.
Su prudencia cayó en corazones estériles. La noticia del ángel cautivo se divulgó con tanta rapidez, que al cabo de pocas horas había en el patio un alboroto de mercado, y tuvieron que llevar la tropa con bayonetas para espantar el tumulto que ya estaba a punto de tumbar la casa. Elisenda, con el espinazo torcido de tanto barrer basura de feria, tuvo entonces la buena idea de tapiar el patio y cobrar cinco centavos por la entrada para ver al ángel.
Vinieron curiosos hasta de la Martinica. Vino una feria ambulante con un acróbata volador, que pasó zumbando varias veces por encima de la muchedumbre, pero nadie le hizo caso porque sus alas no eran de ángel sino de murciélago sideral. Vinieron en busca de salud los enfermos más desdichados del Caribe: una pobre mujer que desde niña estaba contando los latidos de su corazón y ya no le alcanzaban los números, un jamaicano que no podía dormir porque lo atormentaba el ruido de las estrellas, un sonámbulo que se levantaba de noche a deshacer dormido las cosas que había hecho despierto, y muchos otros de menor gravedad. En medio de aquel desorden de naufragio que hacía temblar la tierra, Pelayo y Elisenda estaban felices de cansancio, porque en menos de una semana atiborraron de plata los dormitorios, y todavía la fila de peregrinos que esperaban su turno para entrar llegaba hasta el otro lado del horizonte.
El ángel era el único que no participaba de su propio acontecimiento. El tiempo se le iba buscando acomodo en su nido prestado, aturdido por el calor de infierno de las lámparas de aceite y las velas de sacrificio que le arrimaban a las alambradas. Al principio trataron de que comiera cristales de alcanfor, que, de acuerdo con la sabiduría de la vecina sabia, era el alimento específico de los ángeles. Pero él los despreciaba, como despreció sin probarlos los almuerzos papales que le llevaban los penitentes, y nunca se supo si fue por ángel o por viejo que terminó comiendo nada más que papillas de berenjena. Su única virtud sobrenatural parecía ser la paciencia. Sobre todo en los primeros tiempos, cuando le picoteaban las gallinas en busca de los parásitos estelares que proliferaban en sus alas, y los baldados le arrancaban plumas para tocarse con ellas sus defectos, y hasta los más piadosos le tiraban piedras tratando de que se levantara para verlo de cuerpo entero. La única vez que consiguieron alterarlo fue cuando le abrasaron el costado con un hierro de marcar novillos, porque llevaba tantas horas de estar inmóvil que lo creyeron muerto. Despertó sobresaltado, despotricando en lengua hermética y con los ojos en lágrimas, y dio un par de aletazos que provocaron un remolino de estiércol de gallinero y polvo lunar, y un ventarrón de pánico que no parecía de este mundo. Aunque muchos creyeron que su reacción no había sido de rabia sino de dolor, desde entonces se cuidaron de no molestarlo, porque la mayoría entendió que su pasividad no era la de un héroe en uso de buen retiro sino la de un cataclismo en reposo.
El padre Gonzaga se enfrentó a la frivolidad de la muchedumbre con fórmulas de inspiración doméstica, mientras le llegaba un juicio terminante sobre la naturaleza del cautivo. Pero el correo de Roma había perdido la noción de la urgencia. El tiempo se les iba en averiguar si el convicto tenía ombligo, si su dialecto tenía algo que ver con el arameo, si podía caber muchas veces en la punta de un alfiler, o si no sería simplemente un noruego con alas. Aquellas cartas de parsimonia habrían ido y venido hasta el fin de los siglos, si un acontecimiento providencial no hubiera puesto término a las tribulaciones del párroco.
Sucedió que por esos días, entre muchas otras atracciones de las ferias errantes del Caribe, llevaron al pueblo el espectáculo triste de la mujer que se había convertido en araña por desobedecer a sus padres. La entrada para verla no sólo costaba menos que la entrada para ver al ángel, sino que permitían hacerle toda clase de preguntas sobre su absurda condición, y examinarla al derecho y al revés, de modo que nadie pusiera en duda la verdad del horror. Era una tarántula espantosa del tamaño de un carnero y con la cabeza de una doncella triste. Pero lo más desgarrador no era su figura de disparate, sino la sincera aflicción con que contaba los pormenores de su desgracia: siendo casi una niña se había escapado de la casa de sus padres para ir a un baile, y cuando regresaba por el bosque después de haber bailado toda la noche sin permiso, un trueno pavoroso abrió el cielo en dos mitades, y por aquella grieta salió el relámpago de azufre que la convirtió en araña. Su único alimento eran las bolitas de carne molida que las almas caritativas quisieran echarle en la boca. Semejante espectáculo, cargado de tanta verdad humana y de tan temible escarmiento, tenía que derrotar sin proponérselo al de un ángel despectivo que apenas si se dignaba mirar a los mortales. Además los escasos milagros que se le atribuían al ángel revelaban un cierto desorden mental, como el del ciego que no recobró la visión pero le salieron tres dientes nuevos, y el del paralítico que no pudo andar pero estuvo a punto de ganarse la lotería, y el del leproso a quien le nacieron girasoles en las heridas. Aquellos milagros de consolación que más bien parecían entretenimientos de burla, habían quebrantado ya la reputación del ángel cuando la mujer convertida en araña terminó de aniquilarla. Fue así como el padre Gonzaga se curó para siempre del insomnio, y el patio de Pelayo volvió a quedar tan solitario como en los tiempos en que llovió tres días y los cangrejos caminaban por los dormitorios.
Los dueños de la casa no tuvieron nada que lamentar. Con el dinero recaudado construyeron una mansión de dos plantas, con balcones y jardines, y con sardineles muy altos para que no se metieran los cangrejos del invierno, y con barras de hierro en las ventanas para que no se metieran los ángeles. Pelayo estableció además un criadero de conejos muy cerca del pueblo y renunció para siempre a su mal empleo de alguacil, y Elisenda se compró unas zapatillas satinadas de tacones altos y muchos vestidos de seda tornasol, de los que usaban las señoras más codiciadas en los domingos de aquellos tiempos. El gallinero fue lo único que no mereció atención. Si alguna vez lo lavaron con creolina y quemaron las lágrimas de mirra en su interior, no fue por hacerle honor al ángel, sino por conjurar la pestilencia de muladar que ya andaba como un fantasma por todas partes y estaba volviendo vieja la casa nueva. Al principio, cuando el niño aprendió a caminar, se cuidaron de que no estuviera cerca del gallinero. Pero luego se fueron olvidando del temor y acostumbrándose a la peste, y antes de que el niño mudara los dientes se había metido a jugar dentro del gallinero, cuyas alambradas podridas se caían a pedazos. El ángel no fue menos displicente con él que con el resto de los mortales, pero soportaba las infamias más ingeniosas con una mansedumbre de perro sin ilusiones. Ambos contrajeron la varicela al mismo tiempo. El médico que atendió al niño no resistió la tentación de auscultar al ángel, y encontró tantos soplos en el corazón y tantos ruidos en los riñones, que no le pareció posible que estuviera vivo. Lo que más le asombró, sin embargo, fue la lógica de sus alas. Resultaban tan naturales en aquel organismo completamente humano, que no podía entender por qué no las tenían también los otros hombres.
Cuando el niño fue a la escuela, hacía mucho tiempo que el sol y la lluvia habían desbaratado el gallinero. El ángel andaba arrastrándose por acá y por allá como un moribundo sin dueño. Lo sacaban a escobazos de un dormitorio y un momento después lo encontraban en la cocina. Parecía estar en tantos lugares al mismo tiempo, que llegaron a pensar que se desdoblaba, que se repetía a sí mismo por toda la casa, y la exasperada Elisenda gritaba fuera de quicio que era una desgracia vivir en aquel infierno lleno de ángeles. Apenas si podía comer, sus ojos de anticuario se le habían vuelto tan turbios que andaba tropezando con los horcones, y ya no le quedaban sino las cánulas peladas de las últimas plumas. Pelayo le echó encima una manta y le hizo la caridad de dejarlo dormir en el cobertizo, y sólo entonces advirtieron que pasaba la noche con calenturas delirantes en trabalenguas de noruego viejo. Fue esa una de las pocas veces en que se alarmaron, porque pensaban que se iba a morir, y ni siquiera la vecina sabia había podido decirles qué se hacía con los ángeles muertos.
Sin embargo, no sólo sobrevivió a su peor invierno, sino que pareció mejor con los primeros soles. Se quedó inmóvil muchos días en el rincón más apartado del patio, donde nadie lo viera, y a principios de diciembre empezaron a nacerle en las alas unas plumas grandes y duras, plumas de pajarraco viejo, que más bien parecían un nuevo percance de la decrepitud. Pero él debía conocer la razón de estos cambios, porque se cuidaba muy bien de que nadie los notara, y de que nadie oyera las canciones de navegantes que a veces cantaba bajo las estrellas. Una mañana, Elisenda estaba cortando rebanadas de cebolla para el almuerzo, cuando un viento que parecía de alta mar se metió en la cocina. Entonces se asomó por la ventana, y sorprendió al ángel en las primeras tentativas del vuelo. Eran tan torpes, que abrió con las uñas un surco de arado en las hortalizas y estuvo a punto de desbaratar el cobertizo con aquellos aletazos indignos que resbalaban en la luz y no encontraban asidero en el aire. Pero logró ganar altura. Elisenda exhaló un suspiro de descanso, por ella y por él, cuando lo vio pasar por encima de las últimas casas, sustentándose de cualquier modo con un azaroso aleteo de buitre senil. Siguió viéndolo hasta cuando acabó de cortar la cebolla, y siguió viéndolo hasta cuando ya no era posible que lo pudiera ver, porque entonces ya no era un estorbo en su vida, sino un punto imaginario en el horizonte del mar.


Referencia: Un señor muy viejo con unas alas enormes, cuento de García Márquez
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